lunes, 15 de junio de 2015

La mentalidad orgánica: don y misión de María


El Padre Boll en las páginas que siguen a la introducción sobre la mentalidad y visión orgánica del Padre Kentenich se esfuerza en describir la metodología del proceso mental y de conocimiento que puso en práctica el Fundador de Schoenstatt durante su vida. Para ello explica ampliamente el significado de los cuatro pasos que se dan en esta forma de pensar: observar, comparar, sintetizar y aplicar. He reflexionado sobre lo que escribe y he llegado a la conclusión que esta explicación sobrepasa el esquema de un BLOG como este. Los lectores que estén interesados en esta materia, están invitados a buscar las fuentes apropiadas para ello (ver literatura de autores schoenstattianos).

Como aporte final a las reflexiones traídas a este medio sobre la figura del Fundador de Schoenstatt, quiero transcribir aquí un texto de un pionero de Schoenstatt, hermano de comunidad y amigo del Padre Boll sobre la mentalidad orgánica del Padre Kentenich. Se trata de un capítulo del libro “La propuesta evangelizadora de Schoenstatt” del Padre Hernán Alessandri de Chile. Allí se puede leer lo siguiente:

“El ardor –unido a esa paz siempre alegre– con que el padre Kentenich luchó por la mentalidad orgánica, no fue el de un hombre que sólo lucha por principio, o por convicciones muy personales y profundas. Fue el ardor de un enamorado. Y en este caso, de María. Ella sería, en efecto, quien le regalaría su mentalidad orgánica, después de una larga y dolorosa lucha personal. Ella le daría un corazón filial, que sería capaz de recorrer la historia como Cristo, siempre de la mano del Padre. Y Ella le enseñó también a mirar la propia vida, guardando –al estilo de Ella– cada acontecimiento "en su corazón" (ver Lc 2,19; 3,48-51): hasta que se le volvía clara la voluntad del Padre.

Pero, sobre todo, él estaba convencido que era de Ella la misión de superar el bacilo mecanicista: porque María era la Inmaculada, la única persona humana cuya armonía interior –en su pensar, amar y actuar– jamás fue herida por el pecado, fuerza suprema de rebelión y separación. Así lo dispuso Dios, porque Ella iba a ser el santuario vivo en cuyo seno se obraría el milagro de la fusión esponsal del Creador con el mundo de lo creado: al tomar Dios-Hijo, como propia, la carne que María le ofreció. María fue el lugar de las nupcias de lo divino con lo humano, de lo sobrenatural con lo natural, de la Causa Primera con todo el mundo creado de las causas segundas. Por lo mismo, Ella había hecho –de un modo inédito hasta entonces– la experiencia de que el amor a Dios y el amor al hombre son inseparables: pues su modo más íntimo de amar a Dios, consistió en entregarle su corazón –sin reservas– a ese Hijo, plasmado de su carne humana que era verdadero hombre y, al mismo tiempo, verdadero Dios. 
Por eso, Ella sería quien implorara en el Cenáculo, en Pentecostés, el Espíritu de Jesús. Hecha "una sola alma" con los apóstoles -los "seguidores" humanos de su Hijo (ver Hch 1,12-14)-, los enviara a cumplir una misión como la que ahora -otra vez- esta exigiendo la "nueva evangelización de las culturas del tercer milenio. Ellos deberían enfrentar el gran desafío de vencer el bacilo mecanicista que corroe las culturas de nuestro siglo.

El Espíritu Santo es el único que puede ayudar a ello. Pues fue su fuerza la que unió lo humano y lo divino en el seno de María. Y, con esa misma fuerza, quiere Él volver a unir hoy –al interior del hombre moderno– la visión científica y la visión de fe de la realidad; la capacidad de desplegar todas las potencialidades nobles del amor humano, apoyadas y dinamizadas por el amor a Dios; y el logro de una creatividad histórica excepcional: porque será fruto de un fiel y filial actuar en alianza con el Padre providente, como fue siempre el estilo de Jesús y el de María.

Hasta el final de su vida, el padre Kentenich se sorprendió de que su voz fuese la única que –solitariamente– denunciaba la mentalidad mecanicista como la raíz última de todas las tendencias de pecado que –de modo tan profundo– afectan a la cultura moderna en todas sus dimensiones (del conocer, el amar y el actuar). Se trata de una denuncia mucho más amplia y grave que la de las "estructuras sociales de pecado", de las que tanto se ha hablado en las últimas décadas. Pues, aparte de que éstas ya son un efecto suyo, la cultura abarca todos los ámbitos de la vida de los pueblos, lo que incluye muchos tipos de manifestaciones vitales diferentes de ella. Son pocas las corrientes de pensamiento moderno (como lo "ecologista", por ejemplo) que, en ámbitos aún muy delimitados, comienzan –recién ahora– a detectar las catástrofes que la carencia de una visión orgánica (o de conjunto) puede causar. Solamente el padre Kentenich –en cuanto profeta de María– ha precisado la amplitud y hondura de este mal, su génesis histórica y, sobre todo, sus remedios pedagógicos: para el hombre, la Iglesia, la sociedad y la cultura de hoy y de los siglos que vendrán.”


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