lunes, 23 de febrero de 2015

Una santa armonía

El prólogo que la Editorial Herder trae en su edición española del libro “La santificación de la vida diaria” apunta acertadamente al hecho de que los nuevos problemas de los tiempos actuales exigen nuevas soluciones, inspiradas siempre en las grandes verdades clásicas, y que para expresar nuevos conceptos se necesita echar mano de nuevos términos. “En esta época de universal disolución, destrucción y desvinculación es necesario hablar de ‘vinculación’ con Dios, con nuestro cometido en la vida, con el prójimo, etc. El hombre, que alguien ha llamado “ser en el mundo”, solamente puede alcanzar su plenitud moral en vinculación con las realidades en que se halla encuadrado. En una época de mecanización de la vida, de confusa masificación del individuo, es necesario apreciar el valor de las relaciones que vinculan al individuo con los grandes entes que rodean su existencia.”

El autor del prólogo español acertó plenamente: la síntesis de la santidad de la vida diaria  está en la armonía santa entre la vinculación hondamente afectiva con Dios, con la obra del hombre y con el prójimo a través de todas las situaciones de la vida. Vinculación con Dios, vinculación con el diario quehacer y vinculación con el prójimo, en armonía. Recordemos que un organismo sano desarrolla por igual todas sus partes.

Como escribe el Padre Boll en su libro, el Padre Kentenich quiso desarrollar para el cristiano de hoy un estilo de santidad vivido fuera de los muros de los conventos, sin la protección de ese ambiente escogido y especial, una vida en medio del mundo, en donde la vinculación continua con Dios viene apoyada por los acontecimientos externos del día a día. Lo que acontece en el mundo no quiere ser visto como un obstáculo, sino como el camino hacia Dios. Su meta será pues llegar a la perfecta armonía entre la vinculación con Dios, con el quehacer diario y con el prójimo, en todas las situaciones de su vida.

El Padre Boll cita al respecto algunas frases de la Introducción  del libro “La santificación de la vida diaria”: “El santo de la vida diaria sabe santificar su tarea cotidiana, vive santamente durante toda la semana e imprime en todas sus obras el sello de la santidad. Sus tristezas y sus alegrías, sus diversiones y sus trabajos, sus oraciones, sus palabras y su conducta: todo es extraordinariamente bueno, es decir, santo, porque procede de la caridad. Ama y vive lo natural y lo sobrenatural como un conjunto, como un gran organismo vivo. La naturaleza es para él base y fundamento de lo sobrenatural; todas las cosas creadas le elevan hacia arriba, son para él puentes y guías hacia Dios. Por eso, cuando resplandece en algún punto la voluntad de Dios, la pone en práctica inmediatamente, y siempre que en la vida observa o experimenta algo, levanta su mirada al cielo y pregunta qué es lo que querrá decir Dios con eso. Conocer, amar, vivir, son cosas que tienen para él una relación íntima.”

Esta armonía tiene dos calidades importantes. Por una parte es una “armonía grata a Dios”. La persona que se esfuerza en este camino de santidad busca que su anhelo de una gran vinculación a Dios no vaya en detrimento de su vida de trabajo o de sus relaciones personales. Al contrario, su entrega a las personas queridas, al cónyuge, a los hijos y a las demás personas son el camino del encuentro anhelado con Dios. ¡Porque nuestro Dios es el Dios encarnado, el que habita en y entre nosotros!

El Padre Kentenich describe la segunda característica de esta armonía con las palabras: “armonía hondamente afectiva”. Es de suma importancia que en nuestras vinculaciones consigamos tener un sano equilibrio entre el entendimiento y la voluntad con el corazón y con lo más profundo de nuestros sentimientos, de nuestra alma. Sabemos que nuestro Dios quiere que nosotros le amemos. Él conoce también el corazón humano. “Sabe que en él prende rapidísimamente y bien a fondo el amor, cuando se ve rodeado de amor”. Por ello es necesario que vayamos siguiendo las huellas del amor divino en toda nuestra vida y que seamos después maestros de una adecuada y heroica correspondencia en el amor.

Y todo ello “a través de todas las situaciones de la vida”. O sea siempre y en todo lugar, siempre y en todos los tiempos. Accederemos a la santidad mediante nuestro esfuerzo por conseguir esa maravillosa armonía entre todos los ámbitos de nuestra vida y entre todos los estratos de nuestro ser y de nuestra persona. La lucha por esta santidad será consecuentemente la aventura de toda nuestra vida cristiana.

lunes, 16 de febrero de 2015

La santificación de la vida diaria - el libro y el desafío


El libro “La santificación de la vida diaria”, cuya primera edición alemana data del año 1937, se tradujo pronto al español y la Editorial Herder lo publicó por primera vez en España en el año 1954. En mi mesa tengo un ejemplar de la octava edición de 1985. Se trata sin duda de un tema interesante y buscado por los lectores. Tengo que confesar sin embargo que comparto con el Padre Boll algunas reservas respecto a la redacción y a los ejemplos que nos presenta; algo anticuados para la sensibilidad de los tiempos actuales. A pesar de ello vale la pena su lectura. Se trata de una formación ascética atractiva para la vida de cada día (y ‘habitual’ para los miembros de las comunidades de Schoenstatt).

Cuenta el Padre Boll que en su primera visita a Milwaukee le comentó al Padre Kentenich que aunque el contenido del libro era convincente, el estilo del texto y los ejemplos aportados podrían frenar el efecto buscado. Boll recuerda que el Fundador le interrumpió y le dijo: “La santificación de la vida diaria es una obra básica, y realmente se debería escribir de nuevo para cada generación”. Se trataría entonces de buscar y definir los contenidos básicos y elaborar una aplicación de los mismos a la vida moderna. Pero lo más importante sería vivirlos.

Ya desde los inicios de su actividad como sacerdote y director espiritual, el Padre Kentenich tuvo el valor de presentar la santidad como objetivo máximo de su vida y de la vida de los que le habían sido encomendados. En el Acta de Fundación podemos leer las palabras que puso en boca de María, nuestra contrayente en la alianza de amor: “Esta santidad es la que exijo de vosotros”. Y esto sigue teniendo validez ayer, hoy y mañana. Todas las comunidades de Schoenstatt, indistintamente a su estado de vida, asumen esta meta en la forma adecuada. La santidad. Los procesos de beatificación en marcha muestran también el entusiasmo de los hijos espirituales del Padre Kentenich por la santidad.

¿De qué santidad se trata? No es nada nuevo. Si repasamos la historia de la Iglesia vemos que cada época tuvo su imagen característica de la santidad: en los inicios aparecen los mártires, después serán los ermitaños y monjes, y en los siglos sucesivos el ideal lo mostrarán además múltiples formas de vida consagrada virginal y conventual. Admirando y respetando estos ideales de santidad que tantos santos nos han regalado, la iglesia de los últimos tiempos se ha venido preguntando cuál sería el ideal para el grupo de laicos que representa la mayoría del pueblo de Dios.

Grandes figuras de nuestro siglo se han empeñado en encontrar un camino apropiado. El Padre Kentenich tuvo para diseñar su propio proyecto un ejemplo ante su mirada. En la base de su propuesta encontramos a un santo que ya en el siglo diecisiete sintió un impulso parecido, y que con su obra se dirigió a los cristianos de su tiempo que vivían en medio del mundo y sentían un profundo anhelo por una vida religiosa intensiva. Fue Francisco de Sales con su libro “Filotea – Introducción a la vida devota”. Fue toda una novedad. Para ser santo no era necesario vivir o imitar las formas concretas de la vida en los conventos.

La santificación de la vida diaria es un intento para atreverse a un nuevo camino, el de la santidad como elemento permanente de la vocación cristiana recibida en el bautismo, pero vivida en medio de los desafíos de nuestra vida cotidiana en el mundo, sin recortar en nada y para nada el ideal de santidad. Una gran meta, un enorme y arriesgado desafío.

(En las próximas semanas traeré al Blog las principales características del proyecto)         



lunes, 9 de febrero de 2015

Vivir de la fe - Una introducción a la espiritualidad schoenstattiana

En las semanas transcurridas desde el inicio de este BLOG (21/7/2014) he comentado los diferentes capítulos de la primera parte del libro “Joseph Kentenich – Pedagoge und Gründer” (José Kentenich – Pedagogo y fundador)  escrito por el Padre G. Boll y publicado en la editorial PATRIS VERLAG de Alemania. Ha sido un intento de mostrar a mis lectores, de la mano del Padre Boll, algunas características de la personalidad del Padre Kentenich, Fundador del Movimiento de Schoenstatt, y también algunos aspectos de su misión para la Iglesia del nuevo milenio. Quisiera resumir lo comentado hasta ahora: su talento pedagógico, su apertura antes el Dios de la vida en unión con el dinamismo que el mismo Dios le regaló, y finalmente su vinculación profunda con María.

Nos queda por considerar todavía un elemento esencial que el Dios de la vida hizo crecer en el Padre Kentenich, y que éste regaló a su vez al Movimiento por él fundado: los rasgos específicos de su espiritualidad, cómo vivía él su fe, y cómo se esfuerzan por vivirla sus hijos espirituales.

El Fundador habla de una “piedad tridimensional en la espiritualidad de Schoenstatt”. Se trata de formas originales de una vida de fe anclada en la tradición y con rasgos creativos y nuevos, adecuados al tiempo en que vivimos. Son tres: santidad de la vida diaria, piedad instrumental y piedad de alianza. Aunque este tema nos exigirá algunas semanas para comentarlo siguiendo los capítulos del libro del Padre Boll (por causa de la estructura del mismo Blog), quiero hoy avanzar algunas breves explicaciones sobre las tres formas citadas.

Santidad de la vida diaria

Durante los primeros años de la historia del Movimiento el Padre Kentenich se esfuerza por transmitir a las comunidades su visión de una piedad adecuada a los nuevos tiempos en los ejercicios espirituales, charlas, conferencias y reuniones de grupo. Él deseaba publicar un resumen en forma de “Manual”, que fuera la base para la formación ascética de amplios círculos. En el año 1937 se edita el resumen de todo el material propuesto por el Padre Kentenich, sintetizado y organizado bajo su dirección por la Hermana de María de Schoenstatt, M.A. Nailis. El libro titulado “Werktagsheiligkeit” y editado en Alemania será una guía importante – y de gran éxito - en el esfuerzo pastoral de promover una vida ascética adecuada a los tiempos modernos. La editorial Herder de Barcelona editará también la traducción al español del mismo, bajo el título “La santificación de la vida diaria”. El libro se dirige a “cristianos con aspiraciones en este mundo de hoy”. Schoenstatt tendrá desde entonces no sólo un carácter pedagógico sino que aportará una influencia innovadora en el ámbito ascético y religioso. Ser santos en medio del mundo, un esfuerzo comprometido por una santidad laical. La “santidad de la vida diaria” es una de las marcas de identidad de Schoenstatt. ¡Y de plena actualidad!

Piedad instrumental

Esta dimensión de la espiritualidad schoenstattiana va de la mano de la primera. La una no puede entenderse y vivirse sin la otra. El Padre Kenenich escribió en el año 1944, durante su prisión en el campo de concentración de Dachau, un tratado sobre la misma, “Espiritualidad mariana del instrumento”. Quiso que este fuera su regalo a la Familia de Schoenstatt con motivo de los treinta años de la fundación. Para el Padre Boll, el hecho de que este libro fuera escrito en un ambiente tan hostil y despiadado como el campo de concentración, muestra que la espiritualidad aquí descrita estaba viva en la persona del Fundador. Piensen que éste no pudo acceder a ninguna literatura o documentación apropiada para su redacción. La piedad instrumental apunta directamente a la vida apostólica del cristiano y tiene aquí su fundamento teológico. 
La espiritualidad instrumental toma muy en serio al ser humano como colaborador y compañero de Dios en su creación; la misma hace suya la visión de Tomás de Aquino sobre las causas segundas: “Deus operatur per causas secundas liberas” (Dios actúa a través de causas segundas libres). Su nombre (instrumental) lo toma de aquella frase que el Señor dijo a Ananías para que fuera a buscar a Saulo: “Ve, porque éste hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre ….” (Hechos 9,15). Se trata de una espiritualidad de la entrega y disponibilidad, de aquel que  está totalmente a disposición del que lleva en la mano el instrumento: se entrega, a ejemplo de María, totalmente a Dios y a sus deseos.

Piedad de alianza

Alianza es esencialmente vinculación. La historia de salvación es una historia de alianza. Esta característica de la espiritualidad de Schoenstatt no es una más, sino que es el fundamento para las otras dos. Dios es un Dios de alianza, y Él con su amor quiere atraer al ser humano a esa historia de amor mutua. Y a la vez espera una respuesta concreta del ser humano a su invitación. El Padre Boll cuenta que el Padre Kentenich citaba a menudo una frase del franciscano Johannes Duns Scotus (1266-1308): “Deus quaerit condiligentes se” - Dios busca a hombres que amen con Él. La espiritualidad de alianza busca estar siempre en diálogo con el Dios de la alianza en todas las situaciones de la vida. 
La alianza de amor que se selló en el momento de la fundación de Schoenstatt entre la Santísima Virgen y los primeros congregantes marcó para siempre la espiritualidad o piedad de alianza en Schoenstatt. Esta alianza de amor será el sentido, la forma, la fuerza y la norma fundamentales del que se esfuerza por vivir, a ejemplo del Padre Kentenich, el seguimiento de Cristo, protagonista, instrumento y único camino de la nueva y eterna alianza.


martes, 3 de febrero de 2015

María en la actualidad de la Iglesia

Para concluir la primera parte de su libro, el Padre Boll hace una reflexión sobre las ideas y el sentir del Padre Kentenich sobre la posición de la Santísima Virgen en la Iglesia. Ambos, tanto el autor del libro como el protagonista del mismo vivieron intensamente la situación eclesial de Alemania en la continua búsqueda de la deseada unión con los hermanos protestantes.

A pesar de ello el Padre Kentenich está convencido, desde su experiencia pastoral, de que en un tiempo como el nuestro, tan plural y global, las capacidades de resistencia de la fe se debilitan si la misma no puede enraizarse vivencialmente en lo más profundo del alma. Por eso el amor a María es tan importante, porque nos regala un conocimiento vivo y vivificante de Cristo. Su postura y la reflexión dogmática sobre María, que él hará durante los años treinta del siglo pasado, eran entonces desacostumbradas y extrañas. Recordemos que para él la Santísima Virgen es la Madre de Dios y consecuentemente la “compañera y colaboradora permanente de Cristo en toda la obra redentora”.

Tuvo que venir el Concilio Vaticano II y mostrar a los creyentes la doctrina de la Iglesia sobre María y sobre la veneración a la Madre de Dios. Lo hizo de forma concisa y clara en el marco de la Constitución dogmática “Lumen Gentium”: “La Santísima Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, para Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.” (LG 61)

A la pregunta de cómo él, el Padre Kentenich, había llegado a tal convencimiento, el Fundador de Schoenstatt respondió: “Lo he intuido y deducido de la conciencia creyente de la Iglesia”. El Padre Boll quedó admirado de la seguridad con que se expresó. Más tarde, al leer los documentos conciliares recordó esta conversación. Precisamente el Concilio destacaba los dos conceptos claves: compañera y colaboradora.

En la Iglesia tenemos la experiencia de que las verdades de fe que son “posesión” del pueblo de Dios pasan también por una fase dilatada de estudios y controversias por parte de la teología. El Padre Boll cree que en la actualidad nos encontramos en una fase similar respecto a la persona y a la misión de María en el orden de redención del Nuevo Testamento. Llegará el momento en que esta fase pasará y con ello se afianzará la “posesión” creyente de la Iglesia sobre la Madre de Dios.

Otro factor a tener en cuenta es que la “longitud de onda” del interés por los temas ha variado mucho en este tiempo tan acelerado que vivimos. Para muchos, por ejemplo, la actualidad del Concilio, el radio de influencia de una figura como el Papa Juan Pablo II, o la teología de la liberación han pasado en poco tiempo a un segundo término. Quien desee acelerar anhelos importantes para toda la Iglesia deberá hoy tener paciencia e insistir con perseverancia.

El Padre Kentenich estaba convencido de que el Espíritu Santo ha impulsado el interés eclesial por María a través de variadas formas y con muchas iniciativas. El Padre Kentenich se creyó llamado también a promover desde Schoenstatt una vinculación viva con la Santísima Virgen.

Recuérdese además que el desarrollo de la mariología venía marcado hasta hace poco por la aclaración de la posición de María respecto a Dios. Esta relación se ha afianzado y formulado ya en varios dogmas: en el núcleo de esta fe está la elección para ser la Madre virginal de Cristo. Por eso quedó libre del pecado original y fue asunta al cielo en cuerpo y alma. El interés se ha trasladado, y se concentra hoy, en la relación de María respecto a los hombres. La discusión en el Concilio sobre el título “Madre de la Iglesia” va en esta dirección. Esta perspectiva coincide con el pensar del Padre Kentenich.

El Movimiento de Schoenstatt y sus miembros  colaboran en este proceso con una vida marcada por la vinculación viva a María, queriendo mostrar con ello la autenticidad de una vida cristiana ejemplar.