lunes, 25 de mayo de 2015

Un excurso: ¿Adónde está el padre?

“Padre, venga a nosotros tu reino”, su reino, el reinado del Padre. Es parte de nuestra oración cotidiana. Lo imploramos, pero ¿sabemos lo que pedimos? ¿Cómo podemos acercarnos y vincularnos a ese padre celestial al que nos dirigimos y no vemos? El Padre Boll nos apunta en este excurso algunas de las posibilidades y dificultades y que tiene el hombre de hoy para llegar a esa vinculación estrecha con el Padre Dios.

En primer lugar nos recuerda el llamado proceso de transmisión, ese fenómeno psicológico que se da en el interior del ser humano, cuando las experiencias tenidas y realizadas en un nivel de la persona se transmiten a otro nivel de la misma. Recordemos el ejemplo de cómo la experiencia con la autoridad que se ha tenido en la familia se proyecta a las relaciones con los jefes en el trabajo o con la autoridad en la Iglesia. Esa transmisión se da también entre el nivel natural y el nivel sobrenatural.

Cuando rezamos con Jesús: “Padre nuestro, hágase tu voluntad”, la palabra “padre” despierta en nosotros inmediatamente, y sin que podamos evitarlo, asociaciones personales con nuestro propio padre. Dependiendo de cómo “suene” esta palabra en nuestro interior, así nos será fácil o difícil acceder a la actitud filial y plena de confianza que Jesús tiene ante el Padre. El drama de nuestro tiempo es la ausencia del padre, no sólo por lo que esto significa en sí mismo, sino también por las consecuencias que esta situación trae a las nuevas generaciones. Es así que para el Padre Kentenich, Fundador de Schoenstatt, la pérdida de la experiencia paterno-filial positiva en el nivel natural es una de las causas más importantes de la crisis de fe que vivimos en nuestros días.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Ha sido un proceso lento de desintegración y pérdida de la figura del padre. El fundador de Schoenstatt lo intuía ya en los años veinte del siglo pasado. Su dedicación pedagógica le hizo ver, que por una parte se hablaba mucho, ya entonces, del rol de la mujer y de su aportación específica para la sociedad, pero que no se daba una búsqueda semejante en relación al papel del hombre. Precisamente esta situación será para él una llamada de Dios y un desafío. No extraña pues que el Padre Kentenich destacara en gran medida la importancia del varón y del padre, y la pusiera en el centro de su trabajo pastoral y pedagógico.

José Kentenich tuvo ya en su infancia la experiencia de crecer sin padre, sin la experiencia del amor y de la autoridad paternales. Vivió de cerca también las crueles experiencias de las dos guerras mundiales y la pérdida de millones de padres en los frentes europeos. No fue sólo la tragedia de la muerte de tantos soldados, sino las consecuencias que tal pérdida supuso para los hijos y las madres de tantos padres que no volvieron. Las consecuencias demográficas y las secuelas en las siguientes generaciones fueron muy graves.

La figura del padre fue perdiendo importancia en todos los campos. A ello contribuyeron también las tendencias y los nuevos posicionamientos ideológicos de la sociedad occidental. El Padre Boll cita a uno de los psicoanalistas alemanes, Alexander Mitscherlich (1908-1982), que en su libro “Hacia la sociedad sin padre” (1963) resumía el daño anímico producido por los horrores del nacionalsocialismo y sus secuelas psíquicas en actuantes y víctimas. Mitscherlich constataba que la generación de la posguerra había caído en la apatía y la negación de una parte importante de su vida, caminando inexorablemente a una sociedad sin padres.

Toda la literatura que se produjo como respuesta a las teorías de este psicoanalista alemán y la realidad social de los años sesenta del siglo pasado (¡mayo del 68!) y de las décadas que continuaron, vienen a demostrar lo que el Padre Kentenich intuía ya a principios del siglo XX: el padre como una figura central en familia y sociedad está sometido a un cambio profundo en su importancia y en su función pedagógica. Las experiencias negativas del patriarcado y su autoritarismo en el pasado, unido a la presión de un feminismo beligerante han traído consigo la “huída” del padre que, refugiándose en el trabajo y en otras actividades, deja, por ejemplo, a la mujer y a los colegios la tarea de educar a los hijos, y descuida sus responsabilidades en la familia. Las rupturas matrimoniales al uso en la sociedad actual subrayan y acentúan el desastre.

La pregunta que se deriva de esta situación es: ¿cómo puede crecer la paternidad nuevamente y en la medida justa para que preste a la sociedad un servicio destacado? La paternidad supone para el fundador de Schoenstatt un servicio desinteresado a la vida, y la tarea que se nos presenta en la actualidad es la de formarse y formar a los varones como nuevos padres para que sean capaces de asumir el rol que su función determina: a través del amor y del servicio a la vida ofrecer seguridad a la mujer y a los hijos, respetando la originalidad de cada una de las personas a él encomendadas.

Los nuevos padres podrían ayudar así, entre otras cosas, a que sus hijos crezcan en la fe y puedan acceder y vincularse más fácilmente al Padre de los cielos. “¡Padre, venga a nosotros tu reino!”

lunes, 18 de mayo de 2015

Hacia el Padre va nuestro camino

Recordamos la frase “Per Mariam ad Jesum”‘A Jesús a través de María’, y aquella otra de “A través de Cristo al Dios trinitario”. Todos los días lo recita el sacerdote en la doxología final del canon de la Santa Misa: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.” La historia del Movimiento de Schoenstatt nos muestra el proceso providencial que llevó y lleva siempre de nuevo a los miembros de esta comunidad a vivir de la mano de María una espiritualidad eminentemente patrocéntrica.

El Padre Boll se refiere al camino que hicieron los primeros congregantes de Schoenstatt después de su consagración a María: por la vinculación a la Santísima Virgen van descubriendo en el transcurso del año litúrgico que Jesús se hace en todo dependiente del Padre celestial. “Yo he salido del Padre”, “Yo anuncio sólo lo que he visto en el Padre”, “Yo no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado”, “Lo que alegra al Padre es lo que yo hago siempre”. Todas estas expresiones y otras más las encontramos en el Evangelio de Juan, sobre todo en las palabras de despedida de Jesús.
Los congregantes van asimilando que el verdadero contrayente en la alianza es Cristo, y que María es aquella que los lleva a una vinculación viva y estrecha con Él. Con el tiempo la vinculación a Cristo se irá orientando, siguiendo el ejemplo del mismo Jesús, hacia el Padre. Todo esto ocurrirá en un proceso lento, que ellos mismos no aprecian con claridad. Las señales de la Divina Providencia que el Padre Fundador descubre en este desarrollo le llevarán a fortalecer en el alma de la comunidad la corriente de una espiritualidad patrocéntrica que permite vivir en la seguridad de que el Padre conduce todo y que cuida de todos y de todo.

Para los más estudiosos quiero traer hoy a este Blog unas palabras que el Padre Kentenich pronunció al respecto el 7 de enero de 1963 ante un grupo de teólogos:

 “Al reflexionar sobre todo lo que ha surgido y se ha desarrollado en la Familia; al examinar críticamente cuál es nuestra actitud más característica ¿qué conclusión habremos de sacar? Que lo central es la relación fundamental con Dios Padre. Quizás este resultado nos sorprenda en un primer momento. Porque ¿acaso no solemos repetir la consigna per Mariam ad Jesum? (por María a Jesús). Sí, es cierto, pero en nosotros se han cumplido aquellas otras palabras: per Mariam in Jesu ad Patrem (por María, en Jesús, hacia el Padre). Si queremos señalar las razones de por qué y cómo se ha producido este proceso, habría que llamar la atención sobre dos motivos de índole teológica.

La primera razón teológica es la misión de María santísima. Entre ella y su divino Hijo existe una biunidad indisoluble tanto en el plano del ser como en el de la acción. En virtud de esa biunidad es natural que la santísima Virgen gire en torno del interés central de Cristo. ¿Y cuál es ese interés? Basta repasar la oración sacerdotal del Señor y plantearse: ¿Cuál es la misión de Jesús? «Manifestar tu Nombre —el nombre del Padre— a los hombres» (cf Jn 17,6-26). Contemplemos la interioridad de Jesús. Si quisiésemos hablar del ideal personal del Señor, ese ideal quizás podría resumirse, de la manera más fácil y adecuada, en la siguientes palabras: ita Pater (sí, Padre) (Mt 11,26 s.).

Permítanme enfocar el segundo aspecto. Sabemos que la fe en la divina Providencia es el fundamento para nuestro conocimiento de la misión de nuestra Familia. Pues bien, observen que la fe en la divina Providencia y la imagen paternal se condicionan mutuamente. Donde esté viva la fe en la divina Providencia, la imagen de Dios será en definitiva la imagen de Dios Padre. De esta manera podríamos decir que la fe en la divina Providencia llama y reclama al Padre, y a su vez el Padre exige de nosotros una fe simple y sencilla en la divina Providencia.” (En las manos del Padre, Textos escogidos del Padre Kentenich sobre Dios Padre).

lunes, 11 de mayo de 2015

Espiritualidad de alianza

El tercer elemento de la piedad o espiritualidad original que el fundador de Schoenstatt vivió y regaló a su familia espiritual es, junto a la santificación de la vida diaria y a la piedad instrumental, la piedad o espiritualidad de alianza.

La historia de nuestra redención es una historia de alianza. Dios selló al principio una alianza con los hombres que mantuvo durante todos los tiempos con el pueblo elegido – a pesar de sus infidelidades -, y que posteriormente, a través de su Hijo Jesucristo, selló también con toda la humanidad. Dios es el que “está ahí”, el que ama, el que desea atraer a todos los seres humanos a una comunidad de vida y de amor. Como respuesta a este anhelo, el Buen Dios espera de la criatura una entrega de amor. El Padre Kentenich citaba a menudo a un teólogo franciscano, Johannes Duns Scotus (1266-1308), que decía: “Deus quaerit condiligentes se” – “Dios busca a personas que le amen”. La espiritualidad de alianza es el estilo de vida de aquel que está en diálogo constante con el Dios de la alianza en todas las situaciones de su vida.

Si repasamos el Antiguo Testamento podremos constatar esta realidad: desde Noé, pasando por Abraham y Moisés, por el Monte Sinaí, y los profetas, Dios es fiel a su alianza. Hubo tiempos de infidelidades, de renovaciones de la alianza, pero siempre una alianza que marcó a las personas y al pueblo escogido. El gran hito en la historia de salvación se produce con el envío del Hijo de Dios a la tierra. Cristo ha fundado con su vida y su muerte en cruz “la nueva y eterna alianza”. Todos nosotros hemos sido incorporados a esta alianza a través del bautismo. La expresión simbólica más fuerte de esta nueva realidad es la imagen de la esposa y el esposo, la imagen de la alianza de Cristo con su Iglesia. Otras imágenes bíblicas nos recuerdan esta realidad – el reino de Dios, el pastor y sus ovejas, la viña y su dueño, la vid y los sarmientos, la casa de piedras vivas, el padre y el hijo – todas ellas nos muestran diversas perspectivas de esa fascinante historia de amor entre Dios y sus criaturas, entre Dios y nosotros.

Al repasar las explicaciones del Padre Boll en su libro respecto de la alianza, me doy cuenta que él desea mostrar un aspecto importante para la reflexión. Es verdad que cada cristiano está incorporado a través del bautismo a la alianza con Cristo y con Dios, pero también es cierto que en el cuerpo místico de Cristo se da el fenómeno de que el Espíritu Santo llama a una serie de personas para que formen comunidades religiosas, ya sean Órdenes, congregaciones o movimientos que aportan una originalidad concreta a la riqueza de todo el pueblo de Dios. Conviene tener en cuenta esta diversidad querida y sugerida por el Espíritu Santo cuando hablamos de la espiritualidad de alianza. Como Movimiento de Schoenstatt nos encontramos en esa corriente de experiencias religiosas, abriendo un nuevo capítulo con esta espiritualidad original como intuición primigenia para la vida espiritual y para la acción apostólica.

El Padre Kentenich lo resume así: “Para nosotros, la alianza de amor con la Virgen …. es una profunda renovación, confirmación y aseguración de la alianza bautismal, es decir de la alianza con Cristo y el Dios Trino. Cada consagración y cada alianza que expresamos y renovamos en ella, significa para nuestro pensar y querer una decisión nueva, libremente querida y elegida, por Cristo, su persona, sus intereses y su reino. ….. Es sinónimo de un crecimiento más profundo hacia una comunidad estrecha de amor entre nosotros, Él y el Dios Trino.” (De la ‘Carta a José’, 1952)


Nuestra experiencia y la fecundidad experimentada hacen que hablemos de la alianza de amor como la forma, sentido, fuerza y norma fundamentales de nuestra vida. Una vida de alianza y en alianza es el sello característico de todas las comunidades de Schoenstatt, y es la riqueza que nos ha sido regalada por el Espíritu Santo para que la demos a su vez a los demás, como enriquecimiento del cuerpo  místico de Cristo que es su Iglesia.

lunes, 4 de mayo de 2015

Una instrumentalidad mariana

Con la reflexión de este lunes concluye el capítulo que el Padre Boll dedica a la espiritualidad instrumental que el Fundador de Schoenstatt vivió y regaló a sus hijos espirituales. Se trata del carácter mariano de esta espiritualidad, y se podría decir que es lo específico de la misma. El Padre Kentenich aplica esta actitud cristiana vivida desde antiguo por el pueblo de Dios a la Santísima Virgen, y habla de María como el ejemplo, objeto y mediadora de la actitud instrumental.

Su ejemplo es claro. Ella puso a disposición de Dios toda su vida de una forma perfecta. Con su “Fiat” – “¡Que se haga en mí tu voluntad!” en la hora de la anunciación vemos claramente cómo Dios todopoderoso se hace dependiente de la libre decisión de sus criaturas. Esta actitud de María, su apertura y disponibilidad para la voluntad de Dios, está presente en toda su vida. En Belén, en Jerusalén, en Egipto, en Nazaret, durante la vida pública de su Hijo, al pie de la cruz sufriendo y recibiendo de su Hijo el encargo y tarea de su maternidad universal, y poco después, reunida con los Apóstoles en el Cenáculo, se nos muestra como el ejemplo luminoso del instrumento.

Para el Padre Kentenich María no es sólo ejemplo, sino objeto de esta instrumentalidad. Con ello nos está invitando a que nuestra actitud de instrumento no sea solamente ante Dios mismo, sino también ante la Madre de Dios. Está claro que la posición destacada de María en el plan de salvación nos facilita el andar por este camino. Ella es la excelsa y destacada ‘causa segunda’, a la que Dios ha regalado gracias y tareas especiales. La forma de pensar orgánica y global del Padre Kentenich ve una unidad indisoluble entre Dios y la Santísima Virgen, y por eso está seguro de que una fuerte focalización del creyente en la Madre de Dios lleva a una mayor cercanía con Dios. María es el “espejo de Dios”. Nuestra vinculación y nuestro amor a ella nos conducen a una profunda vinculación con Cristo y con la Santísima Trinidad.

María es también mediadora de la espiritualidad instrumental. Como madre y abogada nuestra nos acompaña en el camino, nos facilita la tarea de llegar a Dios. Nos ayuda en todo nuestro actuar y nos regala las gracias y dones que necesitamos para ello. El Padre Kentenich ha experimentado en toda su vida que la Santísima Virgen ayuda de forma especial en la entrega apostólica del instrumento. Es su invitación a todos nosotros. El fundador de Schoenstatt nos da testimonio de que en esta actitud tenemos una bendición especial para el tiempo actual. Seguros de la mano de María podemos salir al mundo que nos rodea y llevar la buena nueva de Cristo, tal como Ella hizo en toda su vida.

En estos tiempos tan difíciles para la pastoral y para el cuidado de las almas la Madre de Dios es una ayuda destacadísima: “Ella es según los planes de Dios la gran misionera. Ella obrará milagros. En realidad Ella ya ha obrado milagros abundantes. Allí adonde otros medios no ayudan, Ella actúa de una forma admirable”. (P. K.)