lunes, 27 de abril de 2015

La instrumentalidad como fuente de conocimiento

El Padre Kentenich considera que la actitud de instrumento de la persona que se sabe al servicio de Dios, es también para la misma una fuente de conocimiento de la voluntad divina. Lo explica así en el libro  “Espiritualidad mariana del instrumento” que he citado en las últimas reflexiones del Blog.  El fundador de Schoenstatt escribe: “La instrumentalidad está en estrecha dependencia del deseo y de la voluntad de Dios; de ahí la importancia que reviste para ella percibir y conocer la voluntad divina. En este sentido, existe un método que el instrumento utiliza con tanta predilección que se diría que «lo lleva en la sangre»: detectar la voluntad de Dios en el mismo carácter instrumental de las cosas creadas, trátese de la palabra hablada, las causas segundas libres, la estructura ontológica de las cosas, las corrientes de la época, el acontecer mundial, o bien, providencias y permisiones divinas en la vida personal.”

Dios nos habla a través de su palabra en la Sagrada Escritura y a través de sus providencias y permisiones en nuestra vida. Pero también lo hace a través de otras personas. Al haber sido creadas por Dios a su imagen y semejanza, ellas tienen parte también de aquellas cualidades divinas como son la sabiduría, la bondad, el poder, la fidelidad y el amor; cualidades que nos posibilitan vincularnos con los demás, ganarlos y conducirlos por el amor. Así somos mutuamente mensajeros vivos de Dios unos con y para  los otros. Si es que estamos abiertos a la voluntad de Dios a través de las misivas de sus ‘mensajeros’, procuraremos crecer en la flexibilidad que ello exige y nos esforzaremos por desarrollar ese órgano que es la fe práctica en la Divina Providencia.

A modo de recordatorio traigo aquí un apunte sobre las fuentes de conocimiento de esta fe. Son aquellas que sirven para conocer lo que Dios quiere en las diferentes situaciones de la vida de la persona y de la comunidad. Según la “ley de la puerta abierta y de la resultante creadora” que ayuda en nuestra fe práctica en la Divina Providencia, la espiritualidad schoenstattiana conoce las siguientes: las voces del ser, las voces del tiempo y las voces del alma.    

Dios expresa su voluntad a través de nuestra naturaleza, de nuestro propio ser, pero también lo hace a  través de las personas que nos rodean. Cada persona es una imagen, un camino de nuestro conocimiento de Dios. Vemos a la persona en su relación con Dios, y así nos damos cuenta de que a través de ella Dios nos manifiesta sus deseos.

En una ficha de trabajo para los grupos de matrimonios leo lo siguiente: “La naturaleza, las cosas y las personas, nos proporcionan una “fotografía” o huella de Dios, pero Él también se nos manifiesta dinámicamente, como en película, en todo lo que acontece.” Sabemos que “Dios gobierna al mundo a través de causas segundas libres”  y por eso meditamos en todo tiempo y lugar sobre las voces del tiempo, las corrientes y tendencias de los nuevos tiempos, e intentamos escuchar ahí la voluntad de Dios. En este sentido será necesario que sepamos discernir entre los signos de los tiempos positivos y lo negativo del ‘espíritu del tiempo’. Para ello será muy importante que busquemos en nuestra propia interioridad y en el alma de las demás personas las inquietudes, inspiraciones o mociones del Espíritu Santo que Él nos pone en el corazón. Son las voces del alma. El instrumento es una persona de oración y de meditación. 

Desde nuestra espiritualidad de instrumento y en la meditación nos esforzaremos primero por discernir cuál es en verdad la voluntad de Dios, para llegar a la conclusión de que ”esto es lo que Dios me pide”. Es verdad que siempre nos arriesgamos, pero confiamos en que es Dios quien lo pide, y más tarde sabremos por la “resultante creadora” si hemos interpretado correctamente su voluntad.  Esta actitud es también una protección muy efectiva contra ese aprecio excesivo a nuestras propias facultades y al peligro del autoengaño.    

  

lunes, 20 de abril de 2015

Forma de vida del instrumento

En la semana pasada iniciamos la reflexión sobre la espiritualidad instrumental que, al ejemplo de su fundador, quiere ser asumida y vivida por los hijos de Schoenstatt. Al esforzarse por “tener los mismos sentimientos que Cristo”, el instrumento busca en todo momento “hacer la voluntad del que le ha enviado y llevar a cabo su obra”. El Padre envió a su Hijo y nos envía a nosotros para ser instrumentos en su Reino.

El Padre Boll nos explica en su libro que la citada espiritualidad es a la vez fuente de conocimiento y forma de vida de aquellos que caminan por este sendero de la santidad. Hoy deseo detenerme brevemente en las características del estilo de vida “instrumental”. Es evidente, que como dice el Padre Kentenich, “el instrumento, en su esencia, presupone a otra persona, a aquella que lo envía y utiliza”, y por ello se necesita una total conformidad entre el que envía y el enviado. Lo que quiere decir que la persona, partiendo de una plena confianza en la sabiduría y en el amor de Dios, intenta despojarse de todo lo que son sus propios deseos, sus propios planes y sus propias y rígidas ideas. Estamos ante la primera característica de esta forma de vida, el desasimiento propio y la vinculación integral del instrumento. El Padre envía, y el Hijo, que vive plenamente vinculado al Padre, actúa obedeciendo.

En esa total entrega y desde su libre decisión crece en la persona la disponibilidad para ocuparse con todas sus fuerzas y todas sus capacidades por el reino de Dios en la tierra. Cuando las personas viven así, se asemejan plenamente a Cristo. Cristo mismo sigue viviendo encarnado en cada uno, o lo que es lo mismo Cristo se hace presente en ellos. Es justamente este proceso vital al que el Padre Kentenich denomina “carácter de parusía o aparición” y que supone la tercera característica de la persona que vive la espiritualidad instrumental: hace presente y visible al Cristo encarnado. “Dios irá cobrando forma y figura cada vez con mayor intensidad en aquel que vive en el mundo de Dios y esté unido a Él en la medida en que ello es posible a una creatura dotada de la gracia divina.” (PK – Espiritualidad instrumental mariana).

Sabiendo que no es él el que hace grandes cosas, sino que es Dios mismo el que actúa a través de él, la persona instrumental puede vivir con plena seguridad, también en las dificultades de la vida por muy negras que están sean, creciendo cada vez más en una seguridad interior y serenidad en cada situación de la vida.

El Padre Kentenich, hablando de la historia de Schoenstatt, se refería siempre a la pequeñez de los instrumentos, a la magnitud de las dificultades y la importancia del éxito: “Nuestra debilidad e insignificancia no serán obstáculos para esto, siempre y cuando nosotros cultivemos cuidadosamente y actuemos con conciencia de instrumentos. Dios elige precisamente a los pequeños para confundir y avergonzar a los poderosos. De entre todos los israelitas, sólo el más pequeño, David, fue capaz de abatir al gigante Goliath. Cuanto más insignificante el instrumento, tanto más grande y evidente se hará el poder de aquél a quien ese instrumento pertenece y que lo está utilizando.” Así comprendemos la quinta y última característica de la forma de vida del instrumento, una amplia fecundidad. La actitud instrumental da a la persona que está al servicio de Dios una cierta participación en su fuerza creadora.

Las cinco características apuntadas requerirían una explicación más amplia, por lo que invito a los lectores a reflexionar y conversar sobre ello en sus círculos y grupos de espiritualidad, dado que el estilo de este BLOG no permite una reflexión más dilatada. El tema lo merece.


lunes, 13 de abril de 2015

Espiritualidad instrumental

La espiritualidad que vivió el fundador de Schönstatt y que con él vivieron y viven todos sus hijos espirituales tiene tres dimensiones que se complementan y presuponen mutuamente. En las entradas pasadas de este Blog reflexionamos sobre la primera, la santificación de la vida diaria. Siguiendo las páginas del libro del Padre Boll que comentamos, iniciamos hoy los comentarios sobre la segunda estrella de esta trilogía: la espiritualidad o piedad instrumental. Esta dimensión va unida muy estrechamente con la primera, la una no se entiende sin la otra.

El Padre Kentenich subraya esta dimensión como el rasgo distintivo de la espiritualidad de Schoenstatt. Durante su estancia en el campo de concentración de Dachau (1942-1945), pasados treinta años de la fundación del Movimiento, escribió un libro titulado “Espiritualidad instrumental mariana” en donde recoge las experiencias de los años pasados, dando a partir de la historia un horizonte para el futuro de su Familia. Allí encontramos la siguiente frase aclaratoria: “Desde sus inicios, la espiritualidad instrumental mariana ha sido el ideal de Schoenstatt. Y así será siempre. Esta espiritualidad nutre las caudalosas corrientes de vida en las que nadamos desde hace treinta años y dio origen a una serie de formas exteriores, tales como normas y usos, organización y estilo de gobierno. La piedad instrumental mariana es también cimiento, estímulo y coronación de nuestra ascética de santificación de la vida diaria”.

Por respecto a los lectores que no pertenecen al Movimiento de Schoenstatt quiero avanzar una reflexión inicial sobre esta espiritualidad o piedad instrumental. El Padre Boll está convencido de que la actitud de instrumento es una de las características esenciales del comportamiento que toda persona debe tener ante Dios, su creador. Cristo es el prototipo y ejemplo de esta actitud, toda su vida está marcada por el anhelo de hacer la voluntad de su Padre. Así se lo enseña también a sus discípulos.

Para mostrar el origen de la espiritualidad instrumental el Padre Kentenich nos recuerda la figura de Pablo: “San Pablo no cesa de recordarnos que conformamos con Cristo un único cuerpo. Lean por favor lo que nos dice en el primer capítulo de su carta a los Efesios, 3,23. Allí nos expone  que el Padre Dios nos ha elegido en Cristo Jesús antes de la fundación del mundo para ser sus hijos adoptivos… De manera análoga, todo debe ser asimilado a Cristo. Por eso san Pablo dice en su carta a los Filipenses: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5).

Si recapacitamos, nos damos cuenta de que el rasgo fundamental de los sentimientos de Cristo es la entrega total e instrumental a la voluntad del Padre. Y por ello aquellos que anhelan asemejarse al Maestro deben esforzarse por tener los mismos sentimientos que Él. El Nuevo Testamento nos aporta abundantes testimonios de la actitud de Jesús. Veamos alguno de ellos:

"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviada y llevar a cabo su obra". (Jn 4, 34)
"En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo". (Jn 5, 19)

"Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado". (Jn 5, 30)

"Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y que lo resucite el último día". (Jn 6, 37-40)

"El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. ……. porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí". (Jn 12, 44ss.)

Si a partir de estos textos meditamos cómo Jesús se siente instrumento en las manos del Padre y se entrega sin reservas a su querer y voluntad, entonces comprenderemos mejor la base fundamental de la espiritualidad instrumental a la que, asemejandonos a Él, queremos aspirar. En las próximas entradas hablaremos de la esencia y de las características de esta espiritualidad, así como de su carácter mariano en la ascética schoenstattiana.


lunes, 6 de abril de 2015

El amor como ley fundamental del mundo


“Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15, 34). Siguiendo la escuela de Juan ponemos en el camino de la “santificación de la vida diaria” un especial interés en nuestra vinculación a los demás. Nuestra relación personal con las demás personas quiere estar marcada por un intenso amor, tal como el mismo Cristo nos lo ha mostrado con su vida, muerte y resurrección.

Sabemos que en el centro de la espiritualidad de Schoenstatt está la alianza de amor. El Fundador de Schoenstatt decía que la alianza de amor es una expresión muy efectiva y profunda de la ley fundamental del mundo que es el amor. Las fuentes de su inspiración en esta materia son el pensar y la pedagogía de San Francisco de Sales  así como las cartas de Juan en el Nuevo Testamento. El amor como ley fundamental del mundo pasa a ser la ley fundamental de la vida y de todo proceso pedagógico humano; no el temor y el miedo que, a veces, la antigua tradición cristiana nos enseñaba.  Kentenich habla a propósito de este cambio de acento de un “cambio copernicano” en nuestra ascética.

Veamos cómo es esto desde el punto de vista de Dios: Dios es amor, amor es “el motivo de todos los motivos, o el principal motivo que sobresale en toda su actuación divina”. Dios, en primer lugar, hace todo por amor. No es la justicia, ni su soberana libertad, ni su poder, creatividad o sabiduría, la ley fundamental del mundo, sino que es el amor. Dios actúa también mediante el amor, sus acciones son actos de amor. Y finalmente, Dios hace todo para el amor: la última meta de su actuar es llegar a la unión perfecta de amor con las personas, ya aquí en la tierra y después en toda la eternidad.

Desde el punto de vista de la persona podemos decir algo parecido. Si el ser humano es imagen de Dios, el lugar y valor que ocupa el amor en sus actos tienen que ser también semejantes a los de Dios. Por ello se podría formular que el principal impulso del hombre es el amor, y que este impulso inicial está en la base de todos los otros impulsos de la vida humana. Todo en la persona debe estar motivado por la ley citada anteriormente: “todo por amor, mediante el amor y para el amor”. El Padre Kentenich considera que todo lo que ocurre en el mundo es parte de una inmensa corriente circular de amor, que sale de Dios y regresa al mismo Dios.

En el libro de la santificación de la vida diaria leemos: “el amor es el compendio, la síntesis, la plenitud de todos los preceptos y consejos del cristianismo” (Pág. 256). Para el que aspira a la santidad en la escuela de la alianza de amor, es precisamente el amor el que da el tono y caracteriza a todas nuestras vinculaciones, ya sea nuestra vinculación a Dios, nuestra vinculación a las cosas y al trabajo, nuestra postura y reacción ante el dolor y el sufrimiento, y nuestras vinculaciones con todos les seres humanos que nos rodean.

En el pensar del Padre Kentenich constatamos que la motivación del amor pasa a ser la motivación de todas las demás actitudes y valores humanos. Por eso el hombre que ama, no sólo actúa por amor, sino que el amor le lleva a la responsabilidad, a la justicia, a la verdad, a la amabilidad, a la cortesía, a la alegría en el trabajo, al interés por las cosas, al sentido del honor y a la paciencia, a la preocupación por el prójimo y el bien de los demás.

El Padre Boll concluye este capítulo de su libro así: “Si queremos resumir en un punto el concepto de la ‘santificación de la vida diaria’, podríamos condensar los diversos aspectos que hemos tratado en una palabra: ¡santos de la vida diaria son personas de un gran amor!