(Nota
previa:
Providencialmente debo comentar hoy parte del capítulo que el Padre Boll dedica a los principios más importantes de la mariología del Fundador de Schoenstatt, en este caso la Madre de Dios como la Inmaculada. Y al hacerlo, me siento en la obligación de traer al recuerdo de muchos de mis lectores la figura del predecesor del Padre Boll en las tareas de Asistente Espiritual del Instituto de Familias de Schoenstatt, el que fue padre espiritual y educador de muchos de los matrimonios que pertenecen a las generaciones fundadoras de este instituto, al Padre Rudolf Mosbach de la comunidad de los Padres de Schoenstatt, que falleció el 6 de noviembre de este año a la edad de 93 años.
Providencialmente debo comentar hoy parte del capítulo que el Padre Boll dedica a los principios más importantes de la mariología del Fundador de Schoenstatt, en este caso la Madre de Dios como la Inmaculada. Y al hacerlo, me siento en la obligación de traer al recuerdo de muchos de mis lectores la figura del predecesor del Padre Boll en las tareas de Asistente Espiritual del Instituto de Familias de Schoenstatt, el que fue padre espiritual y educador de muchos de los matrimonios que pertenecen a las generaciones fundadoras de este instituto, al Padre Rudolf Mosbach de la comunidad de los Padres de Schoenstatt, que falleció el 6 de noviembre de este año a la edad de 93 años.
Su dedicación en Schoenstatt le llevó a una
vinculación muy profunda con el Padre Kentenich, con su persona, su
espiritualidad, su misión de vida y con
su Familia de Schoensatt. Todos los que le conocimos, recordamos su esfuerzo
por llevarnos y llevar a muchos otros a una vinculación personal con el Padre
Kentenich, a dar a conocer su espiritualidad y así servir a todo el Movimiento
de Schoenstatt en el sentir y querer del Fundador. ¡Descanse en paz, y que siga siendo fuente de inspiración para todos
nosotros!
Justamente
en este sentido pienso en tantas reuniones y conferencias del Padre Mosbach con
el tema de la INMACULADA. Valga recordar, para los que le conocieron y fueron
sus hijos espirituales, las innumerables citas de la “Jornada de octubre de 1950”
del Padre Kentenich y también sus meditaciones y reflexiones a partir de los
aforismos del librito “María, signo de luz”. Por su boca hablaba el Padre
Fundador. ¡Gracias, Padre Mosbach! ¡Mi esposa y yo le agradecemos públicamente
todo lo que hizo en los tiempos de nuestra formación en el Instituto!)
La imagen de María: Ella es la Inmaculada
Hoy, el tema
del libro que comento nos lleva a una primera consideración sobre la imagen de
María como Inmaculada, imagen que el Padre Kentenich legó a todos sus hijos y que es un
principio fundamental de su mariología.
El Padre
Boll lo expresa así: “María como Inmaculada se presenta ante nosotros como la persona
concebida sin pecado original. Aquella que es desde el primer momento de su
existencia “la llena de gracia”. María es la persona plena tal y como el
Creador lo había pensado para sus criaturas, el prototipo de la persona en la
que la naturaleza y la gracia están entrelazadas de una forma armónica y plena.
Ella está siempre y totalmente abierta para Dios y su voluntad, anclada y
cobijada plenamente en lo divino, y a la vez plenamente humana, totalmente
natural. El entendimiento y la voluntad, el sentimiento y el espíritu están
vinculados de forma armónica. Ella es el sueño de Dios sobre el hombre pleno y
redimido.”
En las
conversaciones que tuvo el Padre Boll con el Fundador pudo captar poco a poco
lo que la Santísima Virgen como Inmaculada suponía en concreto para el
Fundador, las consecuencias derivadas de esta convicción para su propia vida y
para su actuación como educador. Boll confiesa que nunca hasta entonces había encontrado
a teólogo alguno que hubiera tomado tan en serio el dogma de la Inmaculada, a
ningún teólogo que hubiera tenido tan claro los efectos antropológicos del
pecado original como el Padre Kentenich. Él había captado en toda su amplitud
lo que significa estar marcados por ese pecado; se refería a él diciendo: “Una
ruptura o desgarro atraviesa todo nuestro ser”. Todos nosotros padecemos esa
ruptura interna en la separación del cuerpo y del espíritu y alma, en la
separación o incoherencia entre mente y corazón, entre vida divina y vida humana
natural. Incluso los cristianos ya bautizados y redimidos por Cristo cargamos
hasta el fin de nuestras vidas con esa pesada carga.
María, la
Inmaculada, está ante nosotros como la “gran señal”, como aquella que al nacer
sin el pecado original se vio liberada consecuentemente de las consecuencias del
mismo. Ella es la persona plenamente redimida a la que todos aspiramos desde lo
más profundo de nuestra alma. Ser aquella persona en lo que lo natural y lo
sobrenatural estén orgánicamente entrelazados.
(Continuará
el próximo lunes)
Paco, muchísimas gracias por poner el tema de la Inmaculada en este día. Muy acertado. Emocionante leer al Padre Mosbach. Un abrazo, Ángel Sevillano
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