Al leer lo
escrito por el Padre Boll respecto a las consecuencias pedagógicas del dogma de
la Inmaculada me han venido a la mente algunas imágenes de las calles y plazas
de nuestras ciudades modernas y la forma de vestir de muchas personas de
nuestro tiempo. Contemplo los pantalones vaqueros superpitillo con roturas y/o
con desgastado de New Look o aquellos otros bien ajustados al cuerpo de la
mujer que lucen muchas de nuestras jóvenes y otras no tan jóvenes. Algún gurú
de este sector comercial ha dicho que “la moda es la manada” pero que lo
interesante es hacer lo que a uno le de la gana, sin olvidar también que “la
moda reivindica el derecho individual de valorizar lo efímero”.
Hablar y
escribir en este ambiente sobre un “estilo de vida mariano” me parece bastante
atrevido. La pregunta que me hago es: ¿habrá alguien que lo entienda?, o
incluso ¿y este tema a quién le puede interesar? Aun en el supuesto de provocar
en los lectores alguna reacción inesperada, quiero, de la mano y pluma del
Padre Boll, referirme a un tema importante para el Fundador de Schoenstatt,
Padre Kentenich: la imagen del hombre redimido.
El Padre
Kentenich estaba convencido de que la imagen de la Inmaculada nos fue dada para
salvar la dignidad del hombre. Él se preguntaba: “¿No es llamativo que la idea
del hombre colectivista haya aparecido en la literatura simultáneamente a la
proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción?” En su anhelo pedagógico enseñaba que los
dogmas no son decisiones vacías de contenido.
“Son puntos de apoyo que nos brindan firmeza y seguridad en la vida, tanto
para su trasmisión como para su desarrollo”. Por el dogma de la Inmaculada
llegamos a tener más luz respecto a la imagen del hombre plenamente redimido y
también se nos mostró la dirección y la meta para todas las luchas y
aspiraciones humanas.
En este
sentido comprenderemos mejor que para el Padre Kentenich toda delicadeza y
magnanimidad, toda actuación franca, leal y llena de espíritu, y todo lo
auténtico y noble en el ser humano, tiene, y mucho, que ver con María. De ahí
que surgiera entre los hijos e hijas del Fundador el adjetivo “mariano” para
clarificar todo lo referido a la forma de estar y de comportarse, la forma de
vestir y de comer y de todas las demás actividades diarias propias de la
persona humana. Todo ello es consecuencia de que los que aspiran a ese estilo
se han tomado en serio la realidad de la Inmaculada. Es algo que no se
encuentra en los libros de mariología, y que incluso para el Padre Boll fue al
inicio de sus relaciones con el Fundador algo difícil de comprender.
Él reconoce
que al estar y convivir con el Padre Kentenich tuvo la oportunidad de captar lo
que al inicio era difícil de entender, lo que en verdad era y es una persona “mariana”.
En el Fundador experimentó a un hombre con una destacada delicadeza de
espíritu, como si hubiera superado en parte el desgarro y las rupturas interiores propias
de la naturaleza caída. En su persona, en la armonía de su forma de pensar,
querer y sentir, pudo Boll llegar a tener una idea sobre el ser y actuar de
María.
En sus
reflexiones, el Padre Boll entiende que para muchos sea algo difícil poder
hablar así de la Inmaculada, y que todos estos pensamientos superen al hombre
actual. Sin embargo en la cercanía del Padre Kentenich pudo él experimentar que
la Inmaculada no es algo raro y sin sentido para el pensar moderno. Aunque es
verdad que la Inmaculada como ideal de vida nos parece algo inalcanzable, también
es cierto que si contemplamos de forma respetuosa toda nuestra naturaleza
humana y la elevamos, toda ella, a la realidad de Dios y de su gracia,
entonces sentiremos que la Inmaculada no es algo tan elevado y fuera de nuestro
alcance.
Con todo
ello el Padre Kentenich nos invita a descubrir en nosotros ese anhelo propio
del ser humano de llegar a ser hombre en plenitud, en el que todo – cuerpo y
alma – está unido de forma armónica y plena. Es el hombre de un pensar, amar y
vivir orgánico, que ayudado por una educación de Inmaculada experimenta en
sí mismo la interacción armónica de la
naturaleza y de la gracia, superando así las consecuencias negativas del pecado
original.
La fuerza de
atracción de un cristiano viene hoy dada por un estilo de vida humano orgánico que
convenza y no tanto por solemnes declaraciones, por muy interesantes que estas
sean. Los miembros de los institutos de Schoenstatt, como hijos cercanos al
Fundador, con otros miembros del Movimiento, llaman a ésto “un estilo de vida
mariano”.