En su
propósito de aportar algunas reflexiones para que la figura del fundador de
Schoenstatt sea más conocida y apreciada, el Padre Boll aborda en los
siguientes capítulos de su libro la relación del Padre Kentenich con la
Santísima Virgen. Hasta ahora, en los capítulos pasados, nos había traído sus
pensamientos sobre la figura del fundador como el hombre elegido por Dios para
regalar a la iglesia un movimiento de renovación y apostolado. Ahora nos invita
a fijarnos en María.
En su
introducción al tema el Padre Boll nos dice: “La figura y la misión del Padre
Kentenich no se comprenderán si no se tiene en cuenta su profunda y extraordinaria
relación práctica y creyente con la Santísima Virgen María”. Y más adelante se referirá a su encuentro con el
Fundador: “ …. naturalmente que los dos hablamos sobre la teología mariana,
pero lo central no era la reflexión sino el vivir y moverse en un mundo, en el
que Dios es una realidad efectiva y en el cual la Madre de Dios juega un papel
central”.
Por último
el Padre Boll recuerda la mariología del teólogo Matthias Josef Scheeben
(1835-1888) citada por muchos padres de la iglesia, destacando una idea central
de su pensamiento: María está “in medio Trinitatis”, “en medio de la Trinidad”.
En la meditación sobre esta realidad creció en él mismo el asombro y la
fascinación por la figura de María. En las conversaciones con el Fundador llegó
a captar la importancia de este pensamiento en una frase que le oyó decir a
menudo: “¡María es la única persona humana que es consanguínea con Dios!”. Para
el Padre Kentenich no existía primero un gran capítulo sobre Dios y a
continuación un apéndice o pequeño apartado sobre María; Ella era parte del
todo. Y fue así como Ella vivió también en el corazón del Fundador.
A este
respecto valga recordar el acontecimiento salvífico de la cruz de Cristo. Jesús
le dijo entonces al discípulo: “Ecce mater tua”, “¡Eh ahí a tu madre!”, “Y desde
entonces el discípulo la tomó en su casa”. Esta realidad se hizo presente
también en la vida de José Kentenich; sabemos que en su niñez tuvo José que
vivir con su abuela, porque su madre tenía que trabajar en otra ciudad y no
podía cuidarlo. A los 9 años y dada la avanzada edad de la abuela, la madre
llevó al hijo a un orfanato de la ciudad de Oberhausen. Aquel día, al entrar en
el edificio de las dominicanas, madre e hijo se fijaron en una estatua de la
Santísima Virgen que estaba en la casa. La madre, en su impotencia y dolor,
se dirigió a María diciéndole: “Yo no puedo ahora cuidar más de mi hijo, sé tú
ahora su madre”. Y como prenda le dejó a la Virgen lo único valioso que poseía,
una cadenita de plata con una cruz, recuerdo de su primera comunión. Sabemos
que María se tomó en serio la petición. Años después el Padre Kentenich referiría
en sus predicaciones con ardor y firmeza que María no solo cuidó de él como una
madre, sino que era en verdad su madre.
Sabemos
también que en la época de su juventud el Padre Kentenich vivió en la más
absoluta soledad. En su crisis juvenil fue ‘zarandeado’ espiritualmente y
sufrió por ello. En un escrito del año 1955 el Padre contará que: “Durante
estos años mi alma se mantuvo en un cierto equilibrio mediante el amor personal
y profundo a María”. Y más adelante: “A posteriori sería más fácil comprender
su sentido (el de la soledad). El alma debía quedar libre de influencias
extrañas, especialmente las de índole personal, para permanecer así abierto con
todas las fibras del ser a la verdadera maestra de mi vida, a su sabiduría
pedagógica y su fuerza educadora. Me refiero a la Santísima Virgen. ……. Este
proceso vital se puede encontrar ya en los primeros años de mi infancia.”
El Padre
Kentenich vivió plenamente en un mundo mariano, habló públicamente de ello y
llevó a muchos a María. En él y en su familia espiritual se hizo y se hace
realidad lo que Juan nos cuenta en su evangelio: “Y la madre de Jesús estaba
presente”. (Jn 2,1)
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