El Padre
Boll nos invita a reflexionar sobre el acto de fundación de Schoenstatt en
aquel memorable dieciocho de octubre de 1914 y a profundizar en lo acontecido
en el alma del Padre Kentenich en aquellos días y semanas posteriores a su
charla a los seminaristas.
Alguno puede
pensar que en la tarde del dieciocho de octubre citada un sacerdote joven y
piadoso se reúne con unos jóvenes en una capilla que estaba más o menos
abandonada y se dirige a ellos con una plática; se podría pensar que se trata de una ‘práctica
piadosa’ cualquiera cuyo contenido se olvidará pronto, como ocurre con lo
escuchado en tantas homilías. Pero el asunto no fue así.
El sacerdote
citado, P. José Kentenich, da un salto de fe y vive el momento de fundación como “el
mayor riesgo de fe de su vida”; así lo aclarará después a sus hijos espirituales
más cercanos. El riesgo de aferrarse en la fe al convencimiento de que Dios tenía
un plan de amor con él y con el lugar de Schoenstatt como un lugar de
peregrinación. Un salto mortal para el entendimiento, para la voluntad y para
el corazón.
En un
diálogo con unos estudiantes de teología que tuvo lugar en Milwaukee en el año
1963, el fundador contestó a la pregunta de cuál había sido el riesgo de fe más
grande de su vida, si Dachau o el día de la fundación: “Dachau no, sino octubre
de 1914, porque los motivos que sostenían el fundamento de mi fe eran muy débiles,
y la transcendencia del salto de fe fue mucho mayor”.
Como se
puede deducir, el acontecimiento del acto de fundación sólo se podrá entender
en su profundidad e importancia desde la fe. La fe práctica en la Divina
Providencia es para el Padre Fundador una cosmovisión, su segunda naturaleza. El
fundador está convencido en esta ocasión, como en tantas otras, de que Dios
tiene un plan y que todo lo que ocurre o permite está orientado a llegar al
plan de amor previsto por Él.
El Padre
Boll cuenta: “En el atardecer del día 18 de octubre de 1914 hay solamente una
persona que sepa de lo ocurrido y que vislumbre en parte la importancia de los
hechos para la historia de la iglesia; esa persona es el fundador mismo. En ese
momento la tensión en su alma es grande: ¿Qué seguiría a lo acontecido? ¿Confirmaría
la “resultante creadora” el significado de lo que él había arriesgado en su
confianza creyente? El camino de la aventura del Padre Kentenich como fundador,
como instrumento del Dios providente, comenzó en ese día. El Dios de la vida y
de la historia, mediante su intervención, había fijado de una vez para siempre el
camino concreto y dado el carácter y modalidad decisivos al germen que haría de
Schoenstatt un lugar de peregrinación y
de gracias.”
Muy interesante. Gracias por la entrada que nos ayuda a "postgustar" lo que hemos vivido estos días. Un abrazo, Ángel Sevillano
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