En las
páginas anteriores del libro que comento, el Padre Boll nos recordaba la misión
que la alianza de amor en Schoenstatt tiene para la Iglesia: anclados en el
mundo sobrenatural vivimos y actuamos en el convencimiento que no estamos
solos, que la Santísima Virgen, nuestra madre, es fiel a la alianza que ha
sellado con nosotros y que nunca nos abandona.
Esta misión
que está vinculada al Santuario de Schoenstatt en virtud del acontecimiento fundacional se hace
dependiente de la colaboración humana. Recordamos la charla que el Padre
Kentenich dio a los primeros congregantes, la llamada “Acta de fundación”; en
ella el Fundador pone en boca de María las siguientes palabras: “No se
preocupen por la realización de su deseo. Ego diligentes me diligo. Amo a los
que me aman. Pruébenme primero por hechos que me aman realmente y que toman en
serio su propósito. Adquieran por medio del fiel y fidelísimo cumplimiento del
deber y por una intensa vida de oración muchos méritos y pónganlos a mi
disposición. Entonces con gusto me estableceré en medio de ustedes y
distribuiré abundantes dones y gracias.”
Me llama la
atención el hecho de que el Padre Boll se haya fijado en las dos frases: “Amo a
los que me aman” y “Pruébenme primero por hechos que me aman realmente”. Es
evidente que él desea aclarar lo que aparentemente puede ser una contradicción
o no coincidir con nuestro convencimiento de que la Santísima Virgen ama a
todos y no sólo a unos privilegiados o especialmente aplicados. En su labor de
dirección espiritual el Padre Boll tuvo la ocasión de escuchar a muchas personas que
tenían sus problemas con estas dos aseveraciones.
Viene ahora
a nuestra mente la frase que encontramos a menudo en nuestros Santuarios: “Nada
sin Ti, nada sin nosotros”. El “nada sin ti” expresa el convencimiento creyente
de que todo lo que recibimos en la alianza de amor es un regalo y una gracia
divina. Pero junto a esto está también el convencimiento de que Dios quiere
vincular sus gracias a nuestra colaboración humana, “nada sin nosotros”. Todo
el orden salvífico del Nuevo Testamento está marcado por esta relación. Pensemos,
por ejemplo, en los sacramentos; en los mismos Dios nos regala abundantemente con
su vida divina, pero exige la fe del creyente y su activa colaboración. Los
sacramentos nos son pura “magia”.
En
Schoenstatt vale lo mismo: Dios nos regala la cercanía y la ayuda de la
Santísima Virgen en nuestra aspiración por una mayor vinculación a Dios, y espera
nuestra disponibilidad para que nos esforcemos por ello con todas nuestras
fuerzas. Esta actitud no es una exigencia sino un regalo entre personas que se
aman. El Padre Boll dice que esta relación es “una tarea especial que vincula a
los amantes, que juntos se esfuerzan por alcanzar una meta más alta y que se
ayudan mutuamente para ello.”
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