En su anhelo
de dar a conocer la persona del Fundador de Schoenstatt, el Padre Boll inicia
su andadura mostrando algunos rasgos característicos del talento pedagógico del
Padre Kentenich, comenzando con la idea del “hombre nuevo y de la comunidad
nueva”. Palabras familiares para los miembros del Movimiento, dado que las
mismas son el enunciado del primer y fundamental fin o meta de Schoenstatt.
(Añado para los que se acercan por primera vez a la figura del Padre Kentenich que
este “hombre nuevo” tiene en Schoenstatt tres características distintivas: es
un hombre libre; es un hombre anclado “en el más allá”, y es un hombre
comprometido históricamente con los hombres y con el mundo.)
En el texto
del capítulo que comento captamos que esta idea no fue el resultado de una
elaboración teórica, propuesta o enunciado de una posible meta para el
Movimiento, sino que fue una “idea innata” regalada por Dios al Fundador ya en
sus años de niñez y juventud. Está claro que el niño Kentenich no hubiera
podido expresar de forma reflexiva estas palabras, pero sí es cierto que esta
imagen vivía en lo más profundo de su alma. Será después, pasados los años,
cuando se muestre con toda claridad en su labor pedagógica.
Él mismo lo
explicará en unas reflexiones que hizo para su comunidad más cercana y que el
Padre Boll trae al libro que comento: “Es conocido que ya en mi niñez tenía
ante mis ojos el ideal del hombre nuevo y de la comunidad nueva, que se orienta
siempre hacia el nuevo horizonte de los tiempos sin por ello cortar el contacto
con el pasado. Al principio la idea vivía en mí en unos contornos muy
generales. Pero año tras año fue tomando cada vez más una forma concreta, que
se arraigó fuertemente en mí a través de las circunstancias del nuevo tiempo.
Cuando recibí el encargo pedagógico – fue en el año 1912 – pude iniciar ya mi
trabajo con planes ya preparados. Más tarde lo llamé “idea innata”. …… Innata
no en el sentido filosófico, normal, sino desde el punto de vista pedagógico.
Esto es: la misma no había sido tomada en su totalidad de alguien en concreto,
sino que creció en mí a partir de mis observaciones sobre mí mismo y sobre los
demás, sin influencia de otros maestros o sistemas. Se trató siempre del ideal
del hombre nuevo en la comunidad nueva con un sello apostólico universal”.
O
sea, se trata de algo que Dios puso en el alma del joven José Kentenich para
que, según dirá él mismo años después, pudiera llegar a ser “padre” de muchos
“en la fe”. Esa paternidad comienza a manifestarse con el encargo de “Director
Espiritual” en el año 1912. En ese momento “él ya estaba listo”.
“Año tras
año fue tomando una forma concreta”: a este conocimiento llegaría el Padre Kentenich a través de
sus vivencias como niño en un pequeño pueblo alemán - adonde se vivía el inicio
de un cambio cultural por la cercanía pujante del mundo industrial -, a través
de su experiencia escolar, por la destacada actitud pasiva asignada al educando
y la total carencia de vínculos entre el educador y los educandos, y entre ellos
mismos, y por último a través de los problemas de salud y de la propia crisis
juvenil que sufrió el mismo Kentenich en el seminario. Al referirse a estas
experiencias el Fundador dice: “No hubo ninguna persona (terrena) que ejerciera
una influencia personal en mí, durante todos mis años de formación. Sólo María
fue mi educadora”.
Lo que vivía
en su corazón como gracia y desafío se mostrará con el tiempo en una misión y
carisma para regalarlo a los demás. El Padre Kentenich lo vivirá personalmente
con ocasión de la primera charla que dio el 27 de octubre de 1912 como Director
Espiritual a los estudiantes palotinos que le habían sido encargados: el mundo
que él poseía en su interior se muestra por primera vez en público y comienza a
ser efectivo pedagógicamente, penetrará la totalidad de las vidas de sus
educandos.
El Fundador lo explica así: “Es de gran importancia saber que el
mensaje que yo trasladé entonces a los jóvenes con una cierta solemnidad puso también
de manifiesto en líneas generales el sentido de mi vida. Se trata por tanto no
sólo de un acontecimiento importante para la historia de la Familia sino
también para mi propia historia de vida”. El don que recibió el Fundador, la
“idea innata” regalada por Dios, será la
misión de su fundación para todos los tiempos: de la mano de María educar al
hombre nuevo y formar la nueva comunidad.
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