No hay
experiencia humana más hermosa y plena que el encuentro personal con un tú.
¿Puede el lector recordar alguna vivencia parecida en su vida? Si es así,
recordará también que en ese preciso instante el otro, el tú, no hablaba, sólo escuchaba;
él estaba allí plenamente para mí, y yo notaba que mi persona era lo más
importante para él. Y entonces puede surgir una cercanía espiritual entre ambos,
que no necesita ser tematizada ni analizada. Es “el encuentro”. Me parece que
estos encuentros personales son las pequeñas profecías del encuentro definitivo
con el TÚ con mayúscula, el encuentro con nuestro Dios en la eternidad.
Esto fue lo
que le ocurrió al joven Günther M. Boll cuando se encontró por primera vez con
el Padre Kentenich, con el Fundador de Schoenstatt. Tenía veintiocho años. Cuatro
años antes el joven Boll había sido expulsado junto con otros compañeros del
seminario de los Palotinos con la seria amenaza de que nunca llegarían a ser
ordenados sacerdotes. Dejemos que sea el mismo Padre Boll quien nos lo cuente:
“Como estudiante del noviciado de los Palotinos (a partir de 1951/1952) estuve
implicado en la polémica referente al
Padre Kentenich durante el tiempo de su exilio. Muy pronto tuve claridad de que
en este asunto se jugaba mucho más que la aclaración objetiva de algunas cuestiones
controvertidas. En la historia de salvación se dan siempre momentos en los
cuales la misteriosa conducción de la Divina Providencia introduce a las
personas en la órbita de una misión divina. El “sí” a esa historia de conducción
provocará un ‘cambio de aguja’, un cambio de vía para toda la vida. Para mí el
punto culminante de esta conducción fue el encuentro personal con el Padre
Kentenich en Milwaukee, en el año 1959. ….. Desde el principio noté que en este
encuentro se ponían en juego dentro de mí fuerzas espirituales muy profundas. Yo
nunca había experimentado sensación semejante. Desde lo más íntimo de mi ser
surgió algo que me movía sobremanera. Exteriormente transcurría todo
tranquilamente y sin llamar la atención, pero estaba claro que mi destino
estaba en juego. Dios tenía su mano en los acontecimientos.”
El Padre
Boll estuvo cuatro semanas con el Padre Kentenich en Milwaukee. El primero
llegó al lugar del exilio con muchas preguntas sobre los acontecimientos y
sobre la misma vida del Fundador. Este último le dedicó al recién llegado mucho
tiempo, varias horas al día. Le posibilitó además el conocimiento de muchos
escritos y estudios sobre los temas tratados. Pero lo más admirable fue que con
el paso de los días y de las horas la conversación fue cambiando: el joven Boll
experimentaba algo especial, algo que le asombró. Con toda naturalidad podía
hablarle al Padre Kentenich de temas muy personales; de pronto se dio cuenta
que ya no le daba vergüenza hablar sobre sí mismo. Tuvo la seguridad de que el
Fundador estaba allí solo para él. Se había producido el verdadero encuentro
personal.
Todo lo acontecido lo explica y resume el Padre Boll en su libro con
una anécdota ocurrida en Milwaukee: el Padre Kentenich había recibido a una
señora que quería hablar con él. Al final de la conversación el Padre poniendo
su mano sobre el corazón le dijo: “Y todo eso
vive ahora aquí”. La señora se lo contó después al Padre Boll; éste consideró la experiencia como propia y vio en el gesto de la mano en el corazón el resumen
de sus vivencias. “Al final de las cuatro semanas supe que mi vida había
cambiado, y que esta experiencia estaría siempre actuando en mí, y así fue.”
Nos cuenta
el Padre Boll en su libro que fue un hermano de comunidad, el Father Jonathan
Niehaus (1960-2012), el que le animó a contar en las páginas del mismo lo
ocurrido en el primer encuentro con el Padre Kentenich en Milwaukee. Quiero
intuir que con este capítulo el autor del libro deseaba además que sus lectores
captaran la importancia de los vínculos personales. Desde los comienzos del
Movimiento de Schoenstatt fueron estos encuentros personales los que marcaron
la vida y el acontecer pedagógico del mismo. Sin estos encuentros no se
entendería el “entrelazamiento de destinos” existente entre el Fundador y su
séquito. El Padre Kentenich mismo le dijo al Padre Boll que sin estos vínculos
personales no sería posible la existencia de Schoenstatt. En el pequeño y
desapercibido trabajo de las conversaciones y del acompañamiento espiritual fue
creciendo el Movimiento. Por eso el significado de la frase “ante todo mi
corazón”, que se pronunció en el origen de Schoenstatt, seguirá siendo el proceso
clave y necesario para todo lo que surja en el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario