La
espiritualidad que vivió el fundador de Schönstatt y que con él vivieron y
viven todos sus hijos espirituales tiene tres dimensiones que se complementan y
presuponen mutuamente. En las entradas pasadas de este Blog reflexionamos sobre la primera,
la santificación de la vida diaria. Siguiendo
las páginas del libro del Padre Boll que comentamos, iniciamos hoy los comentarios sobre la segunda estrella de esta trilogía: la espiritualidad
o piedad instrumental. Esta dimensión va unida muy estrechamente con la
primera, la una no se entiende sin la otra.
El Padre
Kentenich subraya esta dimensión como el rasgo distintivo de la espiritualidad de
Schoenstatt. Durante su estancia en el campo de concentración de Dachau
(1942-1945), pasados treinta años de la fundación del Movimiento, escribió un
libro titulado “Espiritualidad instrumental mariana” en donde recoge las
experiencias de los años pasados, dando a partir de la historia un horizonte para el futuro de
su Familia. Allí encontramos la siguiente frase aclaratoria: “Desde sus
inicios, la espiritualidad instrumental mariana ha sido el ideal de
Schoenstatt. Y así será siempre. Esta espiritualidad nutre las caudalosas
corrientes de vida en las que nadamos desde hace treinta años y dio origen a
una serie de formas exteriores, tales como normas y usos, organización y estilo
de gobierno. La piedad instrumental mariana es también cimiento, estímulo y
coronación de nuestra ascética de santificación de la vida diaria”.
Por
respecto a los lectores que no pertenecen al Movimiento de Schoenstatt quiero avanzar una reflexión inicial sobre esta espiritualidad o piedad instrumental. El
Padre Boll está convencido de que la actitud de instrumento es una de las
características esenciales del comportamiento que toda persona debe tener ante
Dios, su creador. Cristo es el prototipo y ejemplo de esta actitud, toda su
vida está marcada por el anhelo de hacer la voluntad de su Padre. Así se lo
enseña también a sus discípulos.
Para mostrar
el origen de la espiritualidad instrumental el Padre Kentenich nos recuerda la
figura de Pablo: “San Pablo no cesa de recordarnos que conformamos con Cristo
un único cuerpo. Lean por favor lo que nos dice en el primer capítulo de su
carta a los Efesios, 3,23. Allí nos expone
que el Padre Dios nos ha elegido en
Cristo Jesús antes de la fundación del mundo para ser sus hijos adoptivos… De
manera análoga, todo debe ser asimilado a Cristo. Por eso san Pablo dice en su
carta a los Filipenses: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que
Cristo» (Flp 2, 5).
Si recapacitamos, nos damos cuenta
de que el rasgo fundamental de los sentimientos de Cristo es la entrega total e
instrumental a la voluntad del Padre. Y por ello aquellos que anhelan
asemejarse al Maestro deben esforzarse por tener los mismos sentimientos que Él.
El Nuevo Testamento nos aporta abundantes testimonios de la actitud de Jesús.
Veamos alguno de ellos:
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviada
y llevar a cabo su obra". (Jn 4, 34)
"En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer
nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también
lo hace igualmente el Hijo". (Jn 5, 19)
"Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado". (Jn 5, 30)
"Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y que lo resucite el último día". (Jn 6, 37-40)
"El que cree
en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve
a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que
crea en mí no siga en las tinieblas. ……. porque yo no he hablado por mi cuenta,
sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y
hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo
hablo como el Padre me lo ha dicho a mí". (Jn 12, 44ss.)
Si a partir de estos textos meditamos cómo Jesús se
siente instrumento en las manos del Padre y se entrega sin reservas a su querer
y voluntad, entonces comprenderemos mejor la base fundamental de la espiritualidad
instrumental a la que, asemejandonos a Él, queremos aspirar. En las próximas entradas hablaremos de
la esencia y de las características de esta espiritualidad, así como de su
carácter mariano en la ascética schoenstattiana.
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