“Amaos los
unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15, 34). Siguiendo la escuela de
Juan ponemos en el camino de la “santificación de la vida diaria” un especial
interés en nuestra vinculación a los demás. Nuestra relación personal con las
demás personas quiere estar marcada por un intenso amor, tal como el mismo
Cristo nos lo ha mostrado con su vida, muerte y resurrección.
Sabemos que
en el centro de la espiritualidad de Schoenstatt está la alianza de amor. El
Fundador de Schoenstatt decía que la alianza de amor es una expresión muy
efectiva y profunda de la ley fundamental del mundo que es el amor. Las fuentes
de su inspiración en esta materia son el pensar y la pedagogía de San Francisco
de Sales así como las cartas de Juan en
el Nuevo Testamento. El amor como ley fundamental del mundo pasa a ser la ley
fundamental de la vida y de todo proceso pedagógico humano; no el temor y el
miedo que, a veces, la antigua tradición cristiana nos enseñaba. Kentenich habla a propósito de este cambio de acento de un “cambio copernicano” en
nuestra ascética.
Veamos cómo
es esto desde el punto de vista de Dios: Dios es amor, amor es “el motivo de
todos los motivos, o el principal motivo que sobresale en toda su actuación
divina”. Dios, en primer lugar, hace todo por amor. No es la justicia, ni su
soberana libertad, ni su poder, creatividad o sabiduría, la ley fundamental del
mundo, sino que es el amor. Dios actúa también mediante el amor, sus acciones
son actos de amor. Y finalmente, Dios hace todo para el amor: la última meta de
su actuar es llegar a la unión perfecta de amor con las personas, ya aquí en la
tierra y después en toda la eternidad.
Desde el
punto de vista de la persona podemos decir algo parecido. Si el ser humano es
imagen de Dios, el lugar y valor que ocupa el amor en sus actos tienen que ser
también semejantes a los de Dios. Por ello se podría formular que el principal
impulso del hombre es el amor, y que este impulso inicial está en la base de
todos los otros impulsos de la vida humana. Todo en la persona debe
estar motivado por la ley citada anteriormente: “todo por amor, mediante el
amor y para el amor”. El Padre Kentenich considera que todo lo que ocurre en el
mundo es parte de una inmensa corriente circular de amor, que sale de Dios y
regresa al mismo Dios.
En el libro
de la santificación de la vida diaria leemos: “el amor es el compendio, la
síntesis, la plenitud de todos los preceptos y consejos del cristianismo” (Pág.
256). Para el que aspira a la santidad en la escuela de la alianza de amor, es
precisamente el amor el que da el tono y caracteriza a todas nuestras
vinculaciones, ya sea nuestra vinculación a Dios, nuestra vinculación a las
cosas y al trabajo, nuestra postura y reacción ante el dolor y el sufrimiento,
y nuestras vinculaciones con todos les seres humanos que nos rodean.
En el pensar
del Padre Kentenich constatamos que la motivación del amor pasa a ser la
motivación de todas las demás actitudes y valores humanos. Por eso el hombre
que ama, no sólo actúa por amor, sino que el amor le lleva a la responsabilidad,
a la justicia, a la verdad, a la amabilidad, a la cortesía, a la alegría en el
trabajo, al interés por las cosas, al sentido del honor y a la paciencia, a la
preocupación por el prójimo y el bien de los demás.
El Padre
Boll concluye este capítulo de su libro así: “Si queremos resumir en un punto el
concepto de la ‘santificación de la vida diaria’, podríamos condensar los
diversos aspectos que hemos tratado en una palabra: ¡santos de la vida diaria
son personas de un gran amor!”
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