Después de
habernos mostrado un amplio resumen de la santidad a la que nos invita el Padre
Kentenich, Fundador de Schoenstatt, en el libro “La santificación de la vida
diaria”, el Padre Boll se fija en el primero de los tres pilares que conforman
este camino del “santo de la vida diaria”: la vinculación a Dios. Y lo hace de
forma muy escueta, invitándonos a que cada uno descubra a su manera la riqueza
de lo que se nos propone.
El que
aspira hoy a la santidad no se puede contentar con una vinculación normal a
Dios, sino que la misma debe ser profunda y de un alto grado. En el fundamento
de esta aspiración está el deseo de la persona de amar a Dios, no solo
cumpliendo lo que Él manda, sino
preguntándose siempre de nuevo por lo que Dios desea. En este contexto el Padre Kentenich recuerda al encuentro de
Jesús con el joven rico. En primer lugar, Jesús, ante la pregunta del joven, le
muestra lo que debe de hacer para entrar en el Reino de los cielos: cumplir los
mandamientos. Ante la contestación del joven, de que todo eso ya lo cumplía,
Jesús le indica el camino de la perfección, “vender lo que tiene y seguirle”.
Dice el Evangelio que el joven se retiró de la escena con tristeza.
El Padre
Kentenich nos muestra el camino: en primer lugar, cumplir con los mandamientos
de Dios, y después seguir en libertad y por propia decisión los deseos de Dios.
Estar abiertos a sus deseos y crecer en un amor cada vez más heroico y
magnánimo al Dios que nos creó y que nos regala y solicita con su amor. Porque
Él nos amó primero. “Mirad cuánto
nos ama el Padre, que se nos llama hijos de Dios, y lo somos.” (1 Jn 3,1). Es un
amor mutuo, de padre y de hijos, que quiere hacernos exclamar de corazón cada
día: “Abba,
Padre”. Fue Jesús de Nazaret quien nos mostró al Padre en esa nueva
dimensión, y que también nos dijo “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6),
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Ya antes de
la primera edición alemana del libro citado arriba, el Padre Kentenich hablaba
de la vinculación afectiva a Dios
que debiera cultivar el santo de la vida diaria. Fue en un retiro a la
comunidad de las Hermanas de María de Schoenstatt en marzo de 1933: “Podríamos
preguntarnos si la vinculación afectiva a Dios no debería ser al mismo tiempo
una vinculación a Cristo y, paralelamente, si la intimidad con Dios no debiera
traducirse asimismo en una intimidad con Cristo. Esta intimidad con Cristo
acompaña al santo de la vida diaria en todos sus senderos, en todos los planos
de la vida espiritual. ……. Cristo está en el centro de sus pensamientos. El Dios hecho hombre es el gran pensamiento del santo
de la vida diaria. ……. Si Cristo es el eje de nuestros pensamientos, tiene que
ser también el centro de nuestro corazón.
Que toda nuestra capacidad de amar esté ligada a Él. …… Y Cristo es finalmente
el eje de nuestra vida. Vamos
caminando juntos, tomados de la mano. Él es el punto central de nuestra vida.
Incluso cuando contemplemos a María Santísima como reflejo de la vida de
Cristo, lo haremos sabiendo que ella es, por último, personificación femenina
del Señor”.
En estos
pensamientos queda trazado el panorama de lo que es el amor a Cristo, la
vinculación a Cristo y la intimidad con Cristo que debe cultivar el santo de la
vida diaria. Una vinculación afectiva a Dios.
Muchas Gracias, querido Sr. Nuno. É uma bela reflexão para este tempo de Quaresma. Abrazos, José Roberto Nassif
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