Las
explicaciones del Padre Boll sobre los distintos pilares que dan sustento y
forma a la santidad de la vida diaria se detienen hoy en la “vinculación a las
cosas”. Dios llega a nuestro encuentro no solo a través de las personas que
hacen el camino con nosotros, sino también a través de todo lo creado y a
través de nuestra relación con la creación. Es aquí adonde nuestro trabajo,
nuestro quehacer diario, tiene también un papel importante en el camino de
nuestra santidad. Entiendo que por este motivo Boll titula su reflexión con la
frase: “!Hacer lo ordinario extraordinariamente bien!”
Esta visión
parcial del tema me anima a recoger algunos pensamientos del Padre Kentenich
utilizando otras fuentes de consulta. Tengo en mi mesa el texto de una prédica
suya del 20 de enero de 1963 en la iglesia de san Miguel de Milwuakee. El Padre
habla así sobre el sentido de las creaturas: “¿Qué sentido tienen las
creaturas? Ellas son, en primer lugar, una dádiva del amor de Dios para
nosotros. Y, en segundo lugar, quieren ayudarnos a responder a ese amor de Dios
con nuestro propio amor profundamente sentido. Usamos de las creaturas,
cualquiera que ellas sean – comida, bebida, medios técnicos – para aprender a
amar a Dios más íntimamente o, según las circunstancias, movidos por el mismo
motivo, renunciar a ellas. …. Repito la pregunta: ¿qué sentido tienen las cosas
creadas? Ya sabemos la respuesta: son una expresión del amor, de la sabiduría y
del poder divinos y quieren ser peldaños, ayuda, camino para unirnos con el
corazón de Dios en nuestros quehaceres diarios.”
El Padre
Kentenich está convencido de que Dios nos quiere estimular para que siempre de
nuevo, a través de las creaturas, podamos encontrar el camino hacia Él, podamos
ensalzarlo y retribuirle su amor con nuestro amor. “Ahora, le preguntamos a san
Pablo, nuestro gran maestro: ¿Cuál es la palabra mágica? Ya la conocemos muy
bien, aunque no siempre seamos capaces de repetirla exactamente y formularla.
¿Cuál es la palabra? Esa palabra se llama amor, amor a Dios. Escuchemos a San
Pablo: ‘Todas las cosas redundan en bien de aquéllos que aman a Dios’ (Rom
8,28). Todas las cosas sin excepción. Comer, beber, los medios técnicos, las
estrellas, todo, absolutamente todo. Piensen en lo que quieran. …….”
Uno de los
compañeros del Padre Boll de la primera hora, nuestro querido y recordado Padre
Horacio Sosa, padre de Schoenstatt argentino, nos hablaba así de la función
fundamental que deben tener las cosas para nosotros: “Las ‘cosas’ participan de
una doble función, que se inscribe dentro de la dimensión mediadora de todo lo
creado: “vinculan a sí mismas” y “conducen hacia arriba”. Es decir, una
“vinculación” y un “traspaso” a los que el Padre Kentenich les agregaba siempre
la calificación de “orgánicos”, lo cual corresponde a una de sus inquietudes
sicológico-pedagógicas más centrales. ….. Orgánico significa aquí que el
vínculo establecido – que es un vínculo de amor – se vive como amor a la “cosa”
y al Creador de la misma en un mismo acto
de amor. Por eso, no sólo es un amar a la creatura y al Creador en el mismo
acto sino, también y precisamente, un amar, “a través” de lo que no es Dios, a Dios mismo.”
“Lo orgánico
en el amor” es el núcleo de la inquietud que caracterizaba el pensar del Padre
Kentenich y lo que le dio una impronta a toda su espiritualidad y pedagogía. He
de confesar a mis lectores que el día en que personalmente capté lo que significa
“lo orgánico en el amor” cambió totalmente mi vida. Un mundo nuevo se abrió
ante mis ojos y mi espíritu, mundo éste en el que intento vivir cada día de
nuevo.
Me viene
siempre a la memoria aquella historia que el Padre Kentenich contó a sus
oyentes en otra prédica de Milwaukee. Pido disculpas a mis lectores por lo
largo de mi reflexión hoy, pero quisiera que se entendiera bien lo escrito
anteriormente.
La historia a la que me refiero, se puede encontrar en diversas
fuentes; yo utilizo aquí lo que el Padre Horacio Sosa nos contaba: Se trata de
lo sucedido entre León Bloy (quien tenía ya 43 años) y Jeanne Molbech, chica
danesa, a quien “el francés amaba apasionadamente”. El Padre Kentenich comenta
que la joven “tenía un poco de miedo, porque el amor era muy profundo, muy
fuerte”, y ella le escribe: “Yo también te amo, pero amo al buen Dios mucho más
que a ti”. El P. Kentenich hace notar que en ella se da el típico miedo de que
el amor humano no llegue a desembocar adecuadamente en amor divino. Y entonces
comenta la carta de León Bloy en respuesta a este cuestionamiento, donde se
nota que éste expresa exactamente la mentalidad del P. Kentenich quien, al
reproducir oralmente la carta, la parafrasea acentuando lo que él quiere hacer
notar:
“No entiendo. Lo que tú escribes no lo puedo entender en
absoluto. Para mí el amor nunca está separado. Para mí el amor –a ti y a Dios–
es siempre una unidad absolutamente compacta”.
Y antes de
decir lo que sigue, advierte el P. Kentenich: “lo digo despacio a propósito”. Y
después continúa:
“Yo te amo a ti en Dios, yo te amo a ti a través de Dios, o
yo amo a Dios a través de ti…”. “Yo te amo a ti perfectamente, y amo a Dios
perfectamente…”.
En este
lugar, el P. Kentenich agrega algo -¡que es muy sintomático y elocuente!- a lo
que dice León Bloy en su carta: “Yo te amo perfectamente en Dios”, lo que el P.
Kentenich reproduce diciendo: “Yo amo en ti perfectamente a Dios, y amando
perfectamente a Dios yo te amo a ti”, que a primera vista pareciera simplemente
decir lo mismo, pero sin embargo acentúa que es “a través” de ella que él ama a
Dios. Y concluye León Bloy diciendo:
“Esta separación entre amor divino y humano me es
absolutamente ‘incomprensible….’, amemos simplemente …, el Buen Dios no nos ha
creado de la nada para que nos atormentemos y torturemos mutuamente, … ¡no
tengamos miedo al amor!, ¡Él nos ha creado, para que a través del amor –amor
mutuo sincero- le glorifiquemos!”
Con este
ejemplo queda muy claro cómo el pensar orgánico ve la relación de los dos
amores, que no sólo son inseparables sino que se condicionan mutuamente. El
amor orgánico no separa sino que integra el amor a la creatura como
“mediación”, como “medio” de llegar al Creador y de experimentar que su amor
llega a la creatura. El Padre Kentenich lo decía así a sus oyentes de
Milwaukee: “Ustedes tienen aquí un ejemplo de cómo el amor humano es condición,
más aún, es coronación de un profundo amor a Dios; de lo que significa la
fusión de dos amores en uno solo: del amor a Dios y del amor al prójimo. Si es
que falta el amor humano, ¡qué difícil se hace poder sentir un verdadero amor a
Dios, un profundo, tierno y sincero amor a Dios! Todavía eso es posible, pero
¡cuán tremendamente difícil se hace el amor divino sin el amor humano!”.
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