Para
concluir la primera parte de su libro, el Padre Boll hace una reflexión sobre
las ideas y el sentir del Padre Kentenich sobre la posición de la Santísima
Virgen en la Iglesia. Ambos, tanto el autor del libro como el protagonista del
mismo vivieron intensamente la situación eclesial de Alemania en la continua
búsqueda de la deseada unión con los hermanos protestantes.
A pesar de
ello el Padre Kentenich está convencido, desde su experiencia pastoral, de que
en un tiempo como el nuestro, tan plural y global, las capacidades de
resistencia de la fe se debilitan si la misma no puede enraizarse
vivencialmente en lo más profundo del alma. Por eso el amor a María es tan
importante, porque nos regala un conocimiento vivo y vivificante de Cristo. Su
postura y la reflexión dogmática sobre María, que él hará durante los años
treinta del siglo pasado, eran entonces desacostumbradas y extrañas. Recordemos
que para él la Santísima Virgen es la Madre de Dios y consecuentemente la “compañera y colaboradora permanente de
Cristo en toda la obra redentora”.
Tuvo que venir el Concilio Vaticano
II y mostrar a los creyentes la doctrina de la Iglesia sobre María y sobre la veneración
a la Madre de Dios. Lo hizo de forma concisa y clara en el marco de la
Constitución dogmática “Lumen Gentium”: “La
Santísima Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda
la eternidad, para Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en
la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor y en forma singular la
generosa colaboradora entre todas
las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo,
alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo
mientras Él moría en la Cruz, cooperó
en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, esperanza y la encendida
caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal
motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.” (LG 61)
A la
pregunta de cómo él, el Padre Kentenich, había llegado a tal convencimiento, el
Fundador de Schoenstatt respondió: “Lo he
intuido y deducido de la conciencia creyente de la Iglesia”. El Padre Boll
quedó admirado de la seguridad con que se expresó. Más tarde, al leer los documentos
conciliares recordó esta conversación. Precisamente el Concilio destacaba los
dos conceptos claves: compañera y
colaboradora.
En la
Iglesia tenemos la experiencia de que las verdades de fe que son “posesión” del
pueblo de Dios pasan también por una fase dilatada de estudios y controversias
por parte de la teología. El Padre Boll cree que en la actualidad nos
encontramos en una fase similar respecto a la persona y a la misión de María en
el orden de redención del Nuevo Testamento. Llegará el momento en que esta fase
pasará y con ello se afianzará la “posesión” creyente de la Iglesia sobre la
Madre de Dios.
Otro factor a tener en cuenta es que la “longitud de onda” del
interés por los temas ha variado mucho en este tiempo tan acelerado que
vivimos. Para muchos, por ejemplo, la actualidad del Concilio, el radio de
influencia de una figura como el Papa Juan Pablo II, o la teología de la
liberación han pasado en poco tiempo a un segundo término. Quien desee acelerar
anhelos importantes para toda la Iglesia deberá hoy tener paciencia e insistir
con perseverancia.
El Padre
Kentenich estaba convencido de que el Espíritu Santo ha impulsado el interés
eclesial por María a través de variadas formas y con muchas iniciativas. El Padre
Kentenich se creyó llamado también a promover desde Schoenstatt una vinculación
viva con la Santísima Virgen.
Recuérdese además que el desarrollo de la mariología venía marcado hasta hace poco por la
aclaración de la posición de María respecto
a Dios. Esta relación se ha afianzado y formulado ya en varios dogmas: en el núcleo de
esta fe está la elección para ser la Madre virginal de Cristo. Por eso quedó
libre del pecado original y fue asunta al cielo en cuerpo y alma. El interés se
ha trasladado, y se concentra hoy, en la relación de María respecto a los hombres. La discusión en el Concilio sobre el título
“Madre de la Iglesia” va en esta dirección. Esta perspectiva coincide con el
pensar del Padre Kentenich.
El
Movimiento de Schoenstatt y sus miembros
colaboran en este proceso con una vida marcada por la vinculación viva a
María, queriendo mostrar con ello la autenticidad de una vida cristiana
ejemplar.
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