El prólogo que la Editorial Herder trae en su edición
española del libro “La santificación de la vida diaria” apunta acertadamente al
hecho de que los nuevos problemas de los tiempos actuales exigen nuevas
soluciones, inspiradas siempre en las grandes verdades clásicas, y que para
expresar nuevos conceptos se necesita echar mano de nuevos términos. “En esta
época de universal disolución, destrucción y desvinculación es necesario hablar
de ‘vinculación’ con Dios, con nuestro cometido en la vida, con el prójimo,
etc. El hombre, que alguien ha llamado “ser en el mundo”, solamente puede
alcanzar su plenitud moral en vinculación con las realidades en que se halla
encuadrado. En una época de mecanización de la vida, de confusa masificación
del individuo, es necesario apreciar el valor de las relaciones que vinculan al
individuo con los grandes entes que rodean su existencia.”
El autor del prólogo español acertó plenamente: la
síntesis de la santidad de la vida diaria
está en la armonía santa entre la
vinculación hondamente afectiva con Dios, con la obra del hombre y con el
prójimo a través de todas las situaciones de la vida. Vinculación con Dios,
vinculación con el diario quehacer y vinculación con el prójimo, en armonía. Recordemos
que un organismo sano desarrolla por igual todas sus partes.
Como escribe el Padre Boll en su libro, el Padre
Kentenich quiso desarrollar para el cristiano de hoy un estilo de santidad vivido
fuera de los muros de los conventos, sin la protección de ese ambiente escogido
y especial, una vida en medio del mundo, en donde la vinculación continua con
Dios viene apoyada por los acontecimientos externos del día a día. Lo que
acontece en el mundo no quiere ser visto como un obstáculo, sino como el camino
hacia Dios. Su meta será pues llegar a la perfecta armonía entre la vinculación
con Dios, con el quehacer diario y con el prójimo, en todas las situaciones de
su vida.
El Padre Boll cita al respecto algunas frases de la
Introducción del libro “La santificación
de la vida diaria”: “El santo de la vida diaria sabe santificar su tarea
cotidiana, vive santamente durante toda la semana e imprime en todas sus obras
el sello de la santidad. Sus tristezas y sus alegrías, sus diversiones y sus
trabajos, sus oraciones, sus palabras y su conducta: todo es
extraordinariamente bueno, es decir, santo, porque procede de la caridad. Ama y
vive lo natural y lo sobrenatural como un conjunto, como un gran organismo
vivo. La naturaleza es para él base y fundamento de lo sobrenatural; todas las cosas
creadas le elevan hacia arriba, son para él puentes y guías hacia Dios. Por
eso, cuando resplandece en algún punto la voluntad de Dios, la pone en práctica
inmediatamente, y siempre que en la vida observa o experimenta algo, levanta su
mirada al cielo y pregunta qué es lo que querrá decir Dios con eso. Conocer,
amar, vivir, son cosas que tienen para él una relación íntima.”
Esta armonía tiene dos calidades importantes. Por una
parte es una “armonía grata a Dios”. La persona que se esfuerza en este camino
de santidad busca que su anhelo de una gran vinculación a Dios no vaya en
detrimento de su vida de trabajo o de sus relaciones personales. Al contrario,
su entrega a las personas queridas, al cónyuge, a los hijos y a las demás
personas son el camino del encuentro anhelado con Dios. ¡Porque nuestro Dios es
el Dios encarnado, el que habita en y entre nosotros!
El Padre Kentenich describe la segunda característica de
esta armonía con las palabras: “armonía hondamente afectiva”. Es de suma
importancia que en nuestras vinculaciones consigamos tener un sano equilibrio
entre el entendimiento y la voluntad con el corazón y con lo más profundo de
nuestros sentimientos, de nuestra alma. Sabemos que nuestro Dios quiere que
nosotros le amemos. Él conoce también el corazón humano. “Sabe que en él prende
rapidísimamente y bien a fondo el amor, cuando se ve rodeado de amor”. Por ello
es necesario que vayamos siguiendo las huellas del amor divino en toda nuestra
vida y que seamos después maestros de una adecuada y heroica correspondencia en
el amor.
Y todo ello “a través de todas las situaciones de la
vida”. O sea siempre y en todo lugar, siempre y en todos los tiempos.
Accederemos a la santidad mediante nuestro esfuerzo por conseguir esa
maravillosa armonía entre todos los ámbitos de nuestra vida y entre todos los
estratos de nuestro ser y de nuestra persona. La lucha por esta santidad será
consecuentemente la aventura de toda nuestra vida cristiana.