El tercer
elemento de la piedad o espiritualidad original que el fundador de Schoenstatt
vivió y regaló a su familia espiritual es, junto a la santificación de la vida
diaria y a la piedad instrumental, la piedad o espiritualidad de alianza.
La historia de
nuestra redención es una historia de alianza. Dios selló al principio una
alianza con los hombres que mantuvo durante todos los tiempos con el pueblo
elegido – a pesar de sus infidelidades -, y que posteriormente, a través de su
Hijo Jesucristo, selló también con toda la humanidad. Dios es el que “está ahí”,
el que ama, el que desea atraer a todos los seres humanos a una comunidad de
vida y de amor. Como respuesta a este anhelo, el Buen Dios espera de la
criatura una entrega de amor. El Padre Kentenich citaba a menudo a un teólogo
franciscano, Johannes Duns Scotus (1266-1308), que decía: “Deus quaerit
condiligentes se” – “Dios busca a personas que le amen”. La espiritualidad de
alianza es el estilo de vida de aquel que está en diálogo constante con el Dios
de la alianza en todas las situaciones de su vida.
Si repasamos
el Antiguo Testamento podremos constatar esta realidad: desde Noé, pasando por
Abraham y Moisés, por el Monte Sinaí, y los profetas, Dios es fiel a su alianza.
Hubo tiempos de infidelidades, de renovaciones de la alianza, pero siempre una alianza que
marcó a las personas y al pueblo escogido. El gran hito en la historia de
salvación se produce con el envío del Hijo de Dios a la tierra. Cristo ha
fundado con su vida y su muerte en cruz “la nueva y eterna alianza”. Todos
nosotros hemos sido incorporados a esta alianza a través del bautismo. La
expresión simbólica más fuerte de esta nueva realidad es la imagen de la esposa
y el esposo, la imagen de la alianza de Cristo con su Iglesia. Otras imágenes
bíblicas nos recuerdan esta realidad – el reino de Dios, el pastor y sus
ovejas, la viña y su dueño, la vid y los sarmientos, la casa de piedras vivas,
el padre y el hijo – todas ellas nos muestran diversas perspectivas de esa
fascinante historia de amor entre Dios y sus criaturas, entre Dios y nosotros.
Al repasar
las explicaciones del Padre Boll en su libro respecto de la alianza, me doy
cuenta que él desea mostrar un aspecto importante para la reflexión. Es verdad que
cada cristiano está incorporado a través del bautismo a la alianza con Cristo y
con Dios, pero también es cierto que en el cuerpo místico de Cristo se da el
fenómeno de que el Espíritu Santo llama a una serie de personas para que formen
comunidades religiosas, ya sean Órdenes, congregaciones o movimientos que
aportan una originalidad concreta a la riqueza de todo el pueblo de Dios. Conviene
tener en cuenta esta diversidad querida y sugerida por el Espíritu Santo cuando
hablamos de la espiritualidad de alianza. Como Movimiento de Schoenstatt nos
encontramos en esa corriente de experiencias religiosas, abriendo un nuevo
capítulo con esta espiritualidad original como intuición primigenia para la
vida espiritual y para la acción apostólica.
El Padre
Kentenich lo resume así: “Para nosotros, la alianza de amor con la Virgen …. es
una profunda renovación, confirmación y aseguración de la alianza bautismal, es
decir de la alianza con Cristo y el Dios Trino. Cada consagración y cada
alianza que expresamos y renovamos en ella, significa para nuestro pensar y
querer una decisión nueva, libremente querida y elegida, por Cristo, su
persona, sus intereses y su reino. ….. Es sinónimo de un crecimiento más
profundo hacia una comunidad estrecha de amor entre nosotros, Él y el Dios
Trino.” (De la ‘Carta a José’, 1952)
Nuestra
experiencia y la fecundidad experimentada hacen que hablemos de la alianza de
amor como la forma, sentido, fuerza y norma fundamentales de nuestra vida. Una
vida de alianza y en alianza es el sello característico de todas las
comunidades de Schoenstatt, y es la riqueza que nos ha sido regalada por el
Espíritu Santo para que la demos a su vez a los demás, como enriquecimiento del
cuerpo místico de Cristo que es su
Iglesia.
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