“Padre,
venga a nosotros tu reino”, su reino, el reinado del Padre. Es parte de nuestra
oración cotidiana. Lo imploramos, pero ¿sabemos lo que pedimos? ¿Cómo podemos
acercarnos y vincularnos a ese padre celestial al que nos dirigimos y no vemos?
El Padre Boll nos apunta en este excurso algunas de las posibilidades y
dificultades y que tiene el hombre de hoy para llegar a esa vinculación
estrecha con el Padre Dios.
En primer
lugar nos recuerda el llamado proceso de transmisión, ese fenómeno psicológico que
se da en el interior del ser humano, cuando las experiencias tenidas y
realizadas en un nivel de la persona se transmiten a otro nivel de la misma.
Recordemos el ejemplo de cómo la experiencia con la autoridad que se ha tenido
en la familia se proyecta a las relaciones con los jefes en el trabajo o con la
autoridad en la Iglesia. Esa transmisión se da también entre el nivel natural y
el nivel sobrenatural.
Cuando
rezamos con Jesús: “Padre nuestro, hágase tu voluntad”, la palabra “padre” despierta
en nosotros inmediatamente, y sin que podamos evitarlo, asociaciones personales
con nuestro propio padre. Dependiendo de cómo “suene” esta palabra en nuestro
interior, así nos será fácil o difícil acceder a la actitud filial y plena de
confianza que Jesús tiene ante el Padre. El drama de nuestro tiempo es la
ausencia del padre, no sólo por lo que esto significa en sí mismo, sino también
por las consecuencias que esta situación trae a las nuevas generaciones. Es así
que para el Padre Kentenich, Fundador de Schoenstatt, la pérdida de la
experiencia paterno-filial positiva en el nivel natural es una de las causas
más importantes de la crisis de fe que vivimos en nuestros días.
¿Cómo se ha
llegado a esta situación? Ha sido un proceso lento de desintegración y pérdida
de la figura del padre. El fundador de Schoenstatt lo intuía ya en los años
veinte del siglo pasado. Su dedicación pedagógica le hizo ver, que por una
parte se hablaba mucho, ya entonces, del rol de la mujer y de su aportación
específica para la sociedad, pero que no se daba una búsqueda semejante en
relación al papel del hombre. Precisamente esta situación será para él una
llamada de Dios y un desafío. No extraña pues que el Padre Kentenich destacara
en gran medida la importancia del varón y del padre, y la pusiera en el centro
de su trabajo pastoral y pedagógico.
José
Kentenich tuvo ya en su infancia la experiencia de crecer sin padre, sin la
experiencia del amor y de la autoridad paternales. Vivió de cerca también las crueles experiencias de las dos guerras mundiales y la pérdida de millones de
padres en los frentes europeos. No fue sólo la tragedia de la
muerte de tantos soldados, sino las consecuencias que tal pérdida supuso para
los hijos y las madres de tantos padres que no volvieron. Las consecuencias
demográficas y las secuelas en las siguientes generaciones fueron muy graves.
La figura
del padre fue perdiendo importancia en todos los campos. A ello contribuyeron
también las tendencias y los nuevos posicionamientos ideológicos de la sociedad
occidental. El Padre Boll cita a uno de los psicoanalistas alemanes, Alexander
Mitscherlich (1908-1982), que en su libro “Hacia la sociedad sin padre” (1963)
resumía el daño anímico producido por los horrores del nacionalsocialismo y sus
secuelas psíquicas en actuantes y víctimas. Mitscherlich constataba que la
generación de la posguerra había caído en la apatía y la negación de una parte
importante de su vida, caminando inexorablemente a una sociedad sin padres.
Toda la
literatura que se produjo como respuesta a las teorías de este psicoanalista
alemán y la realidad social de los años sesenta del siglo pasado (¡mayo del
68!) y de las décadas que continuaron, vienen a demostrar lo que el Padre
Kentenich intuía ya a principios del siglo XX: el padre como una figura central
en familia y sociedad está sometido a un cambio profundo en su importancia y en
su función pedagógica. Las experiencias negativas del patriarcado y su
autoritarismo en el pasado, unido a la presión de un feminismo beligerante han
traído consigo la “huída” del padre que, refugiándose en el trabajo y en otras
actividades, deja, por ejemplo, a la mujer y a los colegios la tarea de educar a
los hijos, y descuida sus responsabilidades en la familia. Las rupturas
matrimoniales al uso en la sociedad actual subrayan y acentúan el desastre.
La pregunta
que se deriva de esta situación es: ¿cómo puede crecer la paternidad nuevamente
y en la medida justa para que preste a la sociedad un servicio destacado? La
paternidad supone para el fundador de Schoenstatt un servicio desinteresado a
la vida, y la tarea que se nos presenta en la actualidad es la de formarse y
formar a los varones como nuevos padres para que sean capaces de asumir el rol
que su función determina: a través del amor y del servicio a la vida ofrecer
seguridad a la mujer y a los hijos, respetando la originalidad de cada una de
las personas a él encomendadas.
Los nuevos
padres podrían ayudar así, entre otras cosas, a que sus hijos crezcan en la fe
y puedan acceder y vincularse más fácilmente al Padre de los cielos. “¡Padre, venga a
nosotros tu reino!”